Esuperio, no te mojes», le gritaba Sebastiana a su marido en los primeros sesenta del siglo pasado en un bache de Villaesper, corazón de Tierra de Campos, después de una impresionante tormenta de agua y aparato eléctrico que aún se recuerda en aquellas contornos vallisoletanos. Sebastiana y Esuperio fueron un matrimonio mítico en aquellos contornos, por la ejemplar convivencia que no se enturbiaba ni en los viajes, cuando la esposa había de ocupar los vagones de mercancías de aquellos trenes, dada su imposibilidad de acceder a los coches de viajeros. Esuperio replicó a la petición de Sebastiana: «Calla, mujer, que ya me he mojado hasta más arriba del ombligo». Aquel no te mojes viene que ni pintado a los días que está viviendo el Sporting.

Los más entrañables seguidores rojiblancos llaman reclamando dureza en la exigencia de cambio. Los hay con tan buena memoria que hasta recuerdan los partidos en los que Raúl Cámara fue lateral zurdo mientras Canella y José Ángel estaban en el banquillo o la grada. Otros, que andan bien de memoria, recuerdan con cuatro palos los partidos que han entrado en la memoria colectiva en el presente quinquenio. Otros fieles apelan a confidencias de «los más importantes», como cierto ínclito que ha dado un paso al frente. Los de más allá hacen la confidencia de que en alguna dependencia policial gijonesa están colgadas las cuatro fotos de los cuatro protagonistas de algún gutiperio, del que ya de dio cuenta, cuando soplaban ante los servidores del orden. Y desde el club mandan el mensaje de que alguien debería ocuparse de los males del rival regional. O sea, que unos piden lo mismo que Sebastiana, que no se moje Esuperio y otros piden caña dulce, o agria, que ya está bien que no se ponga coto al descendimiento de un equipo que hasta su propio máximo responsable reconoce que se ha olvidado de ganar.

Porque a lo mejor alguien tendría que poner en negro sobre blanco, como dicen ahora los más cursis del lugar, las valoraciones salpimentadas de quienes mejor conocen lo que sucede en el interior de la cocina. La bajamar deja en la arena los restos de los naufragios. Ahora en la bajamar rojiblanca ya no resultan simpáticas las noches de blanco satén ni las salidas de pata de banco.

Riazor, mon amour; Riazor donde tiene que empezar una nueva época. La de un equipo que recupere el pulso, mejor por la vía de la victoria que por la vía del cambio de cromos. Riazor, damas y caballeros, encrucijada rojiblanca en días cruciales para el devenir del equipo. Miles de seguidores van a ser testigos de uno de los partidos con más miga de los últimos tiempos. Porque nada ha de ser igual después de las ocho de la tarde de un sábado de diciembre. Y ya se sabe, si hoy es sábado, esto no es Bélgica; es el Norte (por cierto, ¿con mayúscula o con miñúscula?) de Galicia, donde dicen que comienza el Atlántico, aunque hay que suscribir a Juan Cueto y reconocer que el Cantábrico es el Atlántico. Día de idas o venidas; día en el que no cabe más que la victoria de un equipo que se ha olvidado de ganar. Seria enfermedad en el fútbol. ¿Evasión o victoria?