Esperen un momento, porque creo que vamos a establecer una nueva plusmarca en el capítulo de felices ocurrencias. Como hace un año por esas fechas, nos proponemos abrir la puerta de salida a uno de los jugadores más entonados de la plantilla sportinguista, pero esta vez aprovecharíamos para reforzar, de paso, a un rival directo en la lucha por la permanencia, si la chequera de petrodólares no acaba dictando lo contrario. Suena un redoble de tambor en la planta noble de Mareo, como cuando los músicos del circo anuncian el más difícil todavía durante el número de los trapecistas.

Hace un año que Michel salió hacia Birmingham, a ejercer un raro empleo de calentador de banquillos, a cambio del superávit que hoy presenta el Sporting a la aprobación de los señores accionistas. Era el lenense un titular indiscutible sin sustituto de garantías, de cuya prima de traspaso, un año después, habría que descontar lo que costó la cesión de Lola y la ficha de Eguren, que no deben de ser calderilla. En el caso de José Ángel, oídos algunos mentores que tuvo el de Roces en su trayectoria, hace tiempo que aposté por él como un lateral derecho cojonudo, como los espárragos de Navarra. Lo fue la pasada Liga en El Molinón ante el Athletic, y su cambio de banda reportaría beneficios contables al equipo. Devolvería el puesto en la izquierda a Canella (pregúntenle a Del Bosque quién era hace un par de meses el sustituto natural de Capdevila en la selección que ejerce de campeona del mundo), favorecería la estrategia ofensiva con el cañón que José Ángel tiene en su pierna izquierda y ¡loado sea el cielo! libraría al fin a Lora de su prolongado exilio en el rincón. Pongan el vídeo del gol de Diego Castro en Riazor y pregunten conmigo qué demonios hace el rapado madrileño ejerciendo de fontanero en aquella esquina del fondo desde hace año y medio.

Temporada y media con dos laterales zurdos cojonudos y un remiendo de fontanería en la banda derecha invita a formular algunas preguntas. Se supone que el Sporting es un club de cantera, así que el primer interrogante va dirigido al organigrama técnico de Mareo, una escuela formativa que, transcurridas tres décadas desde su puesta en funcionamiento, no ha sido capaz de fabricar un lateral derecho para jugar en Primera (ni en Segunda) División. No es que en treinta y tantos años no hayan salido delanteros goleadores (no me hablen de Villa, que les cuento cómo llegó en un pack desde Langreo), ni apenas centrocampistas creativos (Iván Iglesias y paren de contar). Es que los laterales derechos ¡los laterales derechos! hay que comprarlos fuera, o cambiar a los zurdos de banda, o emplear a los arquitectos reciclados con un curso acelerado de fontanería. ¿Se acuerdan de los tiempos en que la parroquia rojiblanca se quejaba amargamente de que Mareo sólo daba defensas centrales? Ahora los centrales también son de importación.

El redoble de tambor en la planta noble de Mareo ha acallado el debate sobre el relevo en el banquillo. El crédito que Manolo Preciado pierde con su excéntrico desfile de arietes, esos delanteros de referencia que se están erigiendo en verdaderos cenizos del área (ahora que se ha muerto Blake Edwards me recuerdan al profesor Fate y su ayudante en «La carrera del siglo»), ese crédito lo recupera el técnico de Astillero ante la opinión pública con cada capítulo que va desgranando el mourinhismo reinante, como esa elocuente foto del venerable delegado de campo madridista besando la hierba del Bernabeu, en plena refriega. Por algo dicen que el tiempo es un juez insobornable.