Con 23 años, dos «Balones de oro». Leo Messi va tan rápido en la consideración de entrenadores, futbolistas y periodistas como conduce la pelota sobre el césped de cualquier campo del mundo. La Pulga se agiganta año tras año, hasta el punto de que muchos ya le colocan en el pedestal hasta ahora reservado a los cuatro grandes: Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. La única duda que se plantea ahora es si, al final de su carrera, alguien podrá discutirle el título de rey de reyes. De momento tal parece un futbolista infinito.

El Barcelona no pudo mantener en 2010 el trepidante ritmo de títulos del año anterior, pero Messi siguió asombrando al mundo. Aunque su magia no fue suficiente para llevar al Barça a la final del Santiago Bernabeu, ni para levantar a su selección en el Mundial, el pequeño argentino ha crecido un poco más como futbolista. Gracias en buena parte a Guardiola, que le dio libertad absoluta para moverse por todo el frente de ataque.

Para la historia, 2010 quedará como el año en que Messi se alejó de la banda, donde empezó a jugar para estar cerca de su abuela Celia. «Cuando arranque a llorar, usted lo saca», cuentan que le dijo Salvador Aparicio, el entrenador del Grandoli, el equipo de Rosario en el que arrancó la leyenda. No hubo necesidad de acudir al rescate del pequeño Leo porque desde entonces los únicos que lloran son los defensas que intentan frenarlo.

En todo este tiempo sólo dos piedras se han cruzado en el camino de Messi: sus problemas de crecimiento cuando aún era un «pibe» y las frecuentes lesiones musculares en sus inicios en el primer equipo del Barça. Quizás el destino quiso que el River Plate no aceptase la condición de su padre, Jorge, para fichar por uno de los grandes del fútbol argentino. «Tuve que ir cuatro veces a buscar 200 pesos y me harté», explicó Jorge Messi sobre su decisión de buscar en otra parte la financiación para su terapia de crecimiento.

José María Minguella, entonces agente de futbolistas, fue el que puso sobre la pista de Messi en el verano del año 2000 a Carlos Rexach, entonces técnico azulgrana. «Me bastaron cinco minutos para saber que teníamos que ficharlo», recalca Rexach, que entre otras cosas intuía que aquel minúsculo argentino encajaría a la perfección en el estilo de fútbol que había impuesto en el Barça junto a Johan Cruyff.

Diez años después, Messi va camino de la eternidad. Las comparaciones con Maradona todavía se justifican con goles como los de hace tres años, tras un «slalon» desde el centro del campo al Getafe o un palmeo ante las narices de Kameni sin que lo viese el árbitro. Pero en lo personal, nada que ver. Leo ha crecido arropado por sus padres y sus hermanos, que nunca le han dejado solo en Barcelona.

A diferencia de Diego Maradona, Messi nunca ha necesitado estímulos fuera del campo. Como dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano, «Messi es el mejor del mundo porque no perdió la alegría de jugar por el hecho simple de jugar. Lo hace como un chiquilín en su barrio, no por la plata». Por eso Guardiola se las ve y se las desea para darle descanso. Messi quiere jugar siempre, contra el Manchester United en la Liga de Campeones y frente al Ceuta en la Copa del Rey.

Efectivamente, fijándose en su rostro da la impresión de que Messi disfruta tanto ahora, en un campo ante 100.000 espectadores y con millones pendientes de la televisión, como cuando jugaba pendiente de su abuela junto a la valla del campo del Grandoli. Eso sí, ha madurado y sabe que tiene una responsabilidad con el equipo que habitualmente traduce en obras maestras. Cruyff dice que su valor es incalculable «no sólo por echarse el equipo a la espalda, sino por dar la cara cuando es más necesario y por ese punto de generosidad que siempre le acompaña».

Cruyff, que siempre va un poco más allá del común de los mortales, ha acabado rindiéndose a un futbolista al que hace sólo tres años le encontraba un montón de defectos. Ahora apenas le reprocha que no sepa hablar en inglés. En su columna de ayer de «El Periódico de Cataluña», el holandés expuso: «Nos queda lejísimos aquel Messi que se desparramaba durante 30, 40, 60 metros a veces para buscar el gol de Maradona en México o repetir el suyo contra el Getafe. Este jugador es ahora mismo un portento en la gestión del esfuerzo propio en beneficio del colectivo. Marca más o menos como antes y a la vez hace posible que los demás marquen más».

En realidad, Messi marca más goles que nunca. Concretamente, en 2010 consiguió 60 en partidos oficiales, 58 con el Barcelona y dos con la selección argentina. Necesitará muchos más para mantener su pulso particular con Cristiano Ronaldo y el colectivo con el Real Madrid. Sólo así podrá aspirar a lograr en 2011 su tercer «Balón de oro» consecutivo, algo que hasta ahora únicamente ha conseguido Michel Platini. A su edad, solamente Pelé tenía un palmarés superior, ya que había ganados dos Mundiales con la selección brasileña y cuatro ligas paulistas con el Santos. Mientras Messi siga jugando «como un chiquilín en su barrio» todo es posible.