A este ritmo, las tumbas del Antiguo Egipto se destruirán dentro de doscientos años, más o menos. Así ha hablado Zahi Hawass, secretario general de Consejo Superior de Antigüedades Egipcias, un hombre con más poder en la arqueología egipcia que Mourinho en el Real Madrid o Ferguson en el Manchester United. Ya ha empezado la cuenta atrás. Tic, tac, tic, tac. Somos demasiados los turistas que queremos ver la tumba de Tutankhamón, turistas que respiran y sudan, turistas que con su respiración y su sudor ponen en peligro la conservación de las milenarias y bellísimas pinturas que adornan las tumbas de Seti I o de Nefertari. ¿Solución? El cierre de las tumbas originales y la construcción de réplicas exactas, que podrán ser visitadas sin miedo a respirar y sudar. ¿Que no es lo mismo la tumba de Tutankhamón que una reproducción exacta hasta el último detalle de la tumba de Tutankhamón? No, no es lo mismo. Pero, esta vez sí, en las tumbas del antiguo Egipcio la alternativa es: victoria o muerte. Es decir, conservación mediante el cierre o muerte a causa del éxito.

Los campos de fútbol no son tumbas egipcias, los jugadores no son momias y los espectadores no somos turistas. En un partido de fútbol los aficionados podemos respirar tranquilamente, sudar todo lo que queramos (sobre todo si quedan cinco minutos más el descuento y nuestro equipo gana 1-0), gritar, mover los brazos, agitar banderas, sostener bufandas, echar las manos a la cabeza después de un fallo del delantero, regatear en un palmo de nuestro asiento al defensa rival, salir en el descanso en busca de un bocadillo o un poco de agua para pasar el trago de un mal resultado, escuchar la radio para ver (sí, para ver) si de verdad el gol estaba bien anulado o el árbitro volvió a cagarla, charlar con el tipo de al lado, saludar a las cámaras de Canal + para intentar salir en «Lo que el ojo no ve», echar una siestecita y, en fin, todo eso que implica ver un partido en vivo, en directo y desde la grada. El fútbol de carne y hueso, no el fútbol enlatado para su consumo televisivo, corre peligro no por culpa de la respiración y el sudor de los aficionados, sino por el espanto de la grosería, la mala educación, la mala baba y el odio que se han instalado en las gradas de los estadios como las tertulias de ultraderecha se han instalado en la TDT.

Desear a coro la muerte de Mourinho (o de Cristiano Ronaldo, o de Messi, o de Tamudo), jalear con gritos simiescos las carreras de un jugador negro (y que no sea de los nuestros, por supuesto), insultar a la novia famosa de un jugador guapo (o viceversa), apuntar con esos detestables punteros láser a los ojos de los jugadores, tirar mecheros al terreno de juego, presentarse en un campo de fútbol como si se tratase de una batalla... En definitiva, perder de vista que el fútbol es un juego, olvidar que si permitimos que un mal resultado nos amargue el día estamos cometiendo un error existencial, y creer que si un partido de fútbol es un espectáculo muy diferente del ballet entonces es lógico comportarse como en un anfiteatro romano en un combate de gladiadores, todo eso es veneno para el fútbol, como la respiración y el sudor de los turistas es veneno para las delicadas pinturas de la tumba de Nefertari, amada esposa de Ramsés II.

A este paso, el fútbol en el estadio se destruirá antes de doscientos años. Las generaciones futuras tendrán que conformarse con ver réplicas exactas de un partido de fútbol desde el sofá del salón, si es que dentro de doscientos años todavía hay sofás y salones. Una vez más, la alternativa es: victoria o muerte. O victoria del espectador que va al fútbol con bufanda y alegría para ver jugar a su equipo en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe, o muerte de un espectáculo que celebra la rabia, el odio y la locura.

Me dolería ver una réplica de la tumba de Seti I en vez de la original, pero no hay otra solución. Me dolería tener que ver siempre partidos de fútbol higiénicamente enlatados en vez de fútbol en versión original, pero me dolería más porque hay otra solución. Respirar, sudar y animar a nuestro equipo sin corear «Mourinho muérete» ni confundir a propósito el oficio de Shakira sólo para hacer daño a Piqué.