Un indisimulado aire de estrellato mal entendido en algunos jugadores llevó a los jóvenes de la sub-19 a pasarlo francamente mal en la final del Europeo, que ganaron tras una remontada de impresión en la segunda parte de la prórroga. El título europeo, que todo el mundo parecía dar por hecho, llegó con más sufrimiento del que cabía esperar a la vista de la euforia previa. Los éxitos indiscutibles de la selección y del Barcelona parecen haber provocado en algunos ambientes el convencimiento de que los equipos españoles van a arrollar sea cual sea el rival que se ponga enfrente. Y no va a ser así porque los demás también conocen el oficio, sea en la categoría que sea. El reciente titular de «Francia tiene mala suerte» para dar paso a la información del sorteo de la fase previa del Mundial corrobora la sensación de que los gallitos visten de rojo.

La final terminó, sin embargo, con un gesto que merece una explicación por parte de quien proceda. Resulta que a Juan Muñiz, la perla de Mareo, el jugador número doce de la selección, porque siempre fue el primer relevo, le entregaron una bandera de Asturias. El joven futbolista se la puso sobre los hombros y formó con el resto de los compañeros para hacer el tradicional pasillo de cortesía a los rivales, en este caso los desconsolados checos. En éstas apareció el seleccionador, Ginés Meléndez, que le arrancó con gesto brusco la bandera y se la llevó. Otro jugador pudo lucir la enseña española después de la entrega de medallas y trofeos. El gesto merece una explicación por parte del seleccionador porque la presencia de banderas de comunidades autónomas ha aparecido en numerosos festejos. Ginés Meléndez, un caballero, seguro que dará su versión del hecho, que resultó violento visto desde Asturias y desde la sensatez. A la espera de la explicación quedamos.

Las curas de humildad suelen ser buenas medicinas para los profesionales del fútbol. A lo mejor la cura de humildad está en la esquina menos esperada. A lo mejor en la esquina de un centro comercial chino del que tuvo que salir corriendo el entrenador del Real Madrid, Mourinho y de las Alas Pumariño, que vio llegar a doscientos fervorosos seguidores chinos que le reclamaban un autógrafo o la tradicional fotografía realizada con el teléfono móvil. Un entrenador a la carrera, aunque sea huyendo de hinchas propios, no es precisamente una imagen de poderío. O la simple actualidad, que escora a las ciudades hacia otras actividades, sean festivas, taurinas o de cualquier otra índole. Porque la creencia de que el fútbol es el ombligo del mundo está muy extendida entre bastantes de los responsables del tingladillo. Pero el mundo, la vida, afortunadamente, son tan amplios que caben muchas cosas en las preocupaciones ciudadanas. Aquella anécdota que cuentan del regreso del Real Madrid a casa después de ganar el Mundialito cuando Florentino Pérez quiso amedrentar a un aduanero en Barajas puede ser un buen ejemplo. El aduanero, impávido, registró los equipajes y cobró las tasas correspondientes. Que ganar trofeos está muy bien, pero no da patente de corso a nadie.