Con la vuelta de Messi al tajo, el Barcelona no para de ganar y de acumular récords. Mientras el equipo engrasa la maquinaria, su estrella tira de lo mejor de su repertorio para seguir sumando títulos. Con el de ayer, Guardiola superó a Cruyff (12 por 11), Xavi es el barcelonista con más copas (18 por las 17 de Amor) y el club es líder en las competiciones europeas (15 por los 14 del Milán). El Oporto se lo puso difícil al principio, no dio su brazo a torcer y sólo se inclinó ante el talento del más grande, que marcó el primer gol y sirvió en bandeja el segundo a Cesc Fábregas. Así son las cosas: juega Messi, gana el Barça.

El Oporto se apuntó al estilo de moda para amordazar al Barcelona, con el mismo resultado: la satisfacción por el trabajo bien hecho y la desilusión por el marcador final. Desde el principio fue a buscar a su área al rival, como hiciera el Madrid recientemente, y suyas fueron las primeras oportunidades. Quizás echó de menos a su «matador», recientemente traspasado, Falcao, o simplemente topó con un portero en estado de gracia, Valdés. Además, como la condición física del Barça ha dado un paso adelante, el partido no tardó en igualarse.

El Barcelona tuvo que superar otro inconveniente para imponer su fútbol: un césped indigno de una Supercopa europea. El juego de precisión de Xavi, Iniesta, Messi y compañía chocaba con los «tapines» que se levantaban cada dos por tres. Aun así, con tanta calidad como perseverancia, los hombres de Guardiola fueron llevando el partido hacia el área de Helton. Hasta que, agobiado por la presión adelantada que también practicó el Barça, Guarín metió la pata. El colombiano rebañó un balón hacia su portería, donde se había quedado hibernando Messi, que agradeció el regalo con un movimiento de museo: amago, regate al portero y gol.

La ventaja azulgrana y el cansancio portugués condicionaron el segundo tiempo, que respondió más fielmente al guión que ha impuesto el Barça en los tres últimos años. Volvieron las triangulaciones en el centro, seguidas por las aceleraciones de Alves, Pedro y Villa por las bandas. Pero el Barcelona también recayó en algunos defectos conocidos, como la tendencia a adornar demasiado jugadas que pedían más contundencia.

El Oporto casi no veía el balón, pero no estaba muerto. Le revitalizaron las dudas del Barcelona en defensa, como resultó evidente en un mal entendimiento de Mascherano y Valdés, que solucionó Abidal cruzándose ante Hulk. O en un exceso de confianza del defensa francés, que acabó con Guarín por los suelos reclamando penalti. Con los cambios y las urgencias del Oporto, el partido se abrió tanto que el Barcelona encontró campo abierto para sus contragolpes. La expulsión de Rolando facilitó el enésimo slalom de Messi, coronado con un pase de fantasía para la llegada de Cesc, que fusiló a placer. En poco más de una semana, Fábregas ha comprobado las ventajas de jugar en el Barça. Sabía que jugando al lado de Messi los títulos caerían como fruta madura.