Messi lleva dos partidos sin marcar un gol y, además, falló un penalti contra Andalucía Foundation, el equipo antes conocido como Sevilla Fútbol Club. Oh. Se acabó. Es el momento de vender a Messi al Milán o al Manchester City y confiar en que Deulofeu nos salga bueno y bonito. Qué tiempos aquellos en los que Messi marcaba las diferencias y metía goles a porrillo. Creo recordar que una vez incluso metió dos goles con la pierna derecha al Racing de Santander? Un momento. ¿Eso no fue en la jornada anterior?

Pues sí. Como dice Gustavo Bueno, abundancia no es ubicuidad. Messi es un jugador abundante que participa en muchas jugadas, rompe muchos partidos, mete muchos goles, fabrica muchas asistencias y desespera a muchos porteros, pero no es un jugador ubicuo que está presente en todas las jugadas del Barça, destroza todos los partidos, convierte en gol o en asistencias de gol todo lo que toca y come la moral de todos los porteros. Messi no pudo marcar ante el Viktoria en Liga de Campeones y se estrelló contra la defensa de Andalucía Foundation y, sobre todo, contra un gran Javi Varas. Ya sé que los madridistas, siempre tan bíblicos, están construyendo una torre con los goles de Higuaín que llegará hasta el cielo de los títulos, creen que la plaga de lesiones musculares del Barça es un aviso divino y confían en que el Barça arda como Sodoma mientras Guardiola abandona el Camp Nou sin poder volver la vista atrás. Y todos esos sueños bíblicos pasan por la decadencia de Messi. Vale. Pero el rey no ha muerto. Viva Messi.

¿Hizo un mal partido el Barça contra el ex Sevilla? No. ¿Pasó muchos apuros Valdés? No. ¿Se bastó y se sobró Mascherano para mantener a raya a la, ejem, delantera andaluza? Sí. ¿La posesión de balón del Barça fue brutal? ¿Hubo muchas ocasiones de gol? ¿Iniesta es cada día mejor jugador? Sí, sí y sí. ¡Ah! El planteamiento de Marcelino. Ya estamos. Siempre que un equipo empata con el Barça, su entrenador se convierte en el nuevo gurú anti-Guardiola. Pero la receta es la misma de siempre. Cuando Demóstenes reñía a los atenienses por ser blandos con Filipo de Macedonia, les decía que eran como un bárbaro que intenta boxear: le pegan en un sitio, y sus manos acuden a ese sitio, le pegan en otro y allí van sus manos. El Barça pegaba en un sitio y los jugadores ex sevillistas acudían a ese sitio, pegaba en otro y allí iba todo el equipo. El equipo de Marcelino se mantuvo en pie gracias a Varas. Eso fue todo. Pero no todos los bárbaros que intentan boxear sacarán un punto en el Camp Nou, un campo en el que se juega al fútbol.