El clásico podía haber durado un minuto: lo que tardó Benzema en aprovechar un error de Valdés para poner el partido en el escenario que más agradaba a Mourinho: guarecido y a la contra. Los madridistas lo habrían firmado sin dudar un instante: gol en la primera jugada de peligro, y a esperar. Cristiano pudo abrir el camino a una victoria rotunda, pero el disparo se le fue mordido. Entonces el Barcelona, repuesto del primer golpe, comenzó a fabricar su mejor producto: la seducción de la esfera.

Era una partida de ajedrez, para mayor gloria de los estrategas de cada banquillo. Mourinho sorprendió con un zurdo, Coentrão, en la derecha. A Guardiola, las circunstancias adversas lo forzaron a una defensa de tres a las primeras de cambio. La jugada le salió perfecta: la superioridad en el centro del campo y Alves a cuarenta metros de su área le permitieron ganar la partida del balón. Messi, siempre Messi, bajó a la línea de centro a por un balón y en arrancada se lo puso a Alexis para que empatara.

El 10 del Barça lo hace todo bien y cada día lo hace mejor. Sabedor de que en los aledaños del área se iba a encontrar las dientes de cocodrilo de Pepe y Ramos, de Xabi Alonso incluso, se echó veinte metros atrás y rompió el partido. En el otro lado, Cristiano ofreció argumentos a los detractores que critican su menor prevalencia en los partidos de máxima rivalidad: falló dos goles cantados. A quien más grande le vino el partido fue a Özil, que dejó su sitio a Kaká y dio muestras evidentes de sin sustancia.

En una jugada de fortuna se adelantó el Barça, que destrozó el partido con otra arrancada de Messi en la que Alves midió al milímetro la irrupción de Cesc por la izquierda ganándole la delantera a Coentrão. El 1-3 dio la sensación de armisticio, con los blancos en un quiero y no puedo y los azulgrana jugando al rondo.

Una vez más, la partida de ajedrez la ganó Guardiola, cuyas figuras grandes y peones tienen los movimientos perfectamente estudiados. Y los ejecutan con precisión de cirujano.

Borges escribió que resulta increíble que una cultura que se desarrolló con juegos como el ajedrez se hubiera envilecido tanto hasta degenerar en disputas tan vulgares como el fútbol. Con la vulgaridad, que la hubo por momentos, el partido de ayer, partido grande, confirmó que la distancia entre los dos mejores equipos del mundo se mantiene. Jaque pero no mate, dirán los madridistas. A mitad de campaña nunca se acaba una Liga, sentenciarán los culés.