Lo grandioso del ahora llamado clásico es que por repetido nunca es igual. Anoche, por ejemplo, todo cambió casi sin haber comenzado. El Madrid se encontró en el primer minuto por delante gracias al error de Valdés y la presión agobiante de los de Mourinho, y el marcador y la clasificación le ofrecían la posibilidad de jugar como más le gusta: al contragolpe. Un gol tan tempranero echaba por tierra tácticas y especulaciones, y mire usted la de papel y tinta que nos había llevado el trivote merengue y la tridefensa culé, y abría las puertas a un partido de idas y vueltas, de tomas y dacas, de toma pan y moja de puro entretenido. Intenso, bravo y, sobre todo, de una velocidad endiablada.

El Barça necesitaba a Messi y el argentino apareció para cocinar el empate de Alexis. Y entre la fortuna de Xavi y el golazo de Cesc el clásico quedó visto para sentencia porque el Madrid necesitaba entonces a Cristiano Ronaldo pero el portugués tampoco apareció en esta ocasión. Si algún voto para el «Balón de oro» tenía que decidirse en el Bernabeu, Messi se llevará su tercer trofeo consecutivo.

Lo grandioso del ahora llamado clásico es que por repetido nunca es igual, aunque últimamente por resultados lo parezca.