De repente, a Mourinho se le ocurrió desempolvar, de lo más profundo del banquillo, a Albiol. Cerrar el partido llaman a eso los entrenadores como el portugués, convencidos de la relación causa-efecto de sus decisiones. Poco antes, su colega del CSKA había metido en el área a un tallo de casi dos metros, una amenaza relativa viendo la escasa llegada del equipo ruso. El sacrificado fue Özil, que amenazaba con sentenciar el partido y la eliminatoria en cada contra. Pudo conseguirlo incluso sin el alemán, pero lo que llegó en el último minuto fue el empate. Bastó una falta lateral, la envergadura de otros dos pívots, los hermanos Berezutski, y el oportunismo de Wernbloom para que un partido desequilibrado en el juego acabara igualado en el marcador. Y eso que Albiol andaba por allí.

Hasta esa jugada final, el Madrid había disfrutado de un partido plácido, privado incluso de la carga emocional que se le supone a la Copa de Europa de toda la vida, la de las eliminatorias. El CSKA recibió al Madrid con las precauciones propias de los equipos que sienten que ya han llegado a su tope en la competición. La consigna era mantener el sitio para no dar la más mínima opción al contragolpe. Con eso y la actitud del Madrid, preparado para un asalto a 180 minutos, el partido se jugó bajo de revoluciones.

También la alineación indicaba que Mourinho había cortado la barra libre de la Liga. Fuera Granero y Kaká, cancha para Khedira y Callejón. Con ese perfil más musculoso, el Madrid se conformó con mantener el control y al CSKA lejos de Casillas. Las ocasiones se daban por supuestas. Falló a la primera, con un doble remate de Higuaín y Khedira salvados por el portero. Pero no a la segunda, cuando Cristiano Ronaldo castigó con un bote pronto cruzado una cadena de insensateces de la defensa moscovita.

Hasta el descanso, el CSKA no alteró su plan inicial, pero tras el descanso decidió apretar un poco más arriba. Justo lo que esperaba el Madrid, lo que mejor le va para desplegar todo el potencial de su acreditada artillería. Así, con campo abierto y los rusos en el limbo, Callejón tuvo dos ocasiones clarísimas en un minuto. Para variar, falló las dos.

El entrenador del CSKA no se arredró. Apuró la reaparición del japonés Honda por un mediocentro defensivo y lo único que logró fue un partido más abierto. A cambio de aproximarse al área madridista, sin más consecuencias por la mala noche de su estrella, Doumbia, expuso a su novato portero a los mano a mano con Cristiano Ronaldo. Sorprendentemente, el ganador del duelo fue Chepchugov, que aguantó con éxito el recorte del portugués, tras romper el fuera de juego tras un gran pase de Xabi Alonso.

Ya que se le resistía el 0-2, Mourinho intentó cuidar el gol de ventaja. Con cinco minutos por delante y muchos centímetros para el centro de la defensa se creyó blindado. Hasta que llegó la carambola aérea de los hermanos Berezutski, el gol del contundente Wernbloom y la sensación de que, pese al empate, el Madrid lo tiene fácil para ganarse los cuartos.