Javier Clemente aseguró en la víspera que ante el Barcelona había que rezar. Pues al Sporting de anoche le faltó alguna plegaria para regresar con un empate de prestigio ante un rival enrabietado porque se llevó el susto del año. La expulsión de Piqué, que parece haber indignado al gremio azulgrana, dio paso al empate rojiblanco que se mantuvo en el marcador hasta muy avanzada la segunda parte. El Sporting no puntuó porque el Barcelona tiene una pléyade de enormes jugadores. Si no está Messi para mandar el balón a la escuadra, está Keita, autor de un segundo gol de oro, el gol que no dejaba al Barcelona sin esperanzas en la Liga. El Sporting vuelve sin el punto que acarició, pero con la cabeza alta.

El partido de anoche, damas y caballeros, dejó clara una cuestión: en el banquillo rojiblanco se sienta un señor que conoce su oficio. Lo demostró en el planteamiento inicial, con cinco defensas y un agrupamiento general para cerrar los caminos del gol al Barcelona. Y lo demostró, sobre todo, en el doble cambio realizado al instante de que Piqué fuera expulsado por agarrón a De las Cuevas cuando éste se iba solo hacia Víctor Valdés. La entrada de Carmelo y Barral por Damián y Ayoze fue una prueba de reflejos y, sobre todo, de ambición porque en aquel momento, sin duda, Clemente vio al equipo en condiciones de ir a por el partido y sumar tres puntos que serían vitales para la salvación. Barral salió para sacar la falta y repetir la suerte de Santander, pero apostó por el toque y estrelló el balón en la barrera. En la jugada siguiente aprovechó el dulce pase de Mendy para llenar el mundo rojiblanco de alegría.

Dejar al Barcelona con diez en su campo es un riesgo enorme para cualquier árbitro, incluso para el de ayer que había sacado dos tarjetas amarillas al Sporting en el primer tiempo, período en el que los rojiblancos hicieron tres faltas. Después de la expulsión y del empate, cada falta rojiblanca era una tarjeta y alguna falta de los azulgranas pasó a mejor vida. No fue culpa del árbitro la derrota, sino la calidad de los barcelonistas que juegan de cine y que apelan al «otro fútbol» con maestría cuando les conviene. Y ayer les convino, y mucho.

El Sporting aguantó al Barcelona con orden y concierto salvo en los finales de las dos partes. Los tres goles llegaron por el centro, el primero tras una pared excelsa, jugada que repitieron en el tercero. Al equipo, como era de esperar, le costó un mundo hacerse con el balón y su jugada más relevante fue la que hizo André Castro en el avance que terminó con la roja a Piqué. Insinuó alguna que otra ocasión de gol, pero no remató más que en el gol de Barral, pero tampoco el Barcelona agobió a Juan Pablo, siempre seguro. La sorpresa rondó la noche liguera, con un penúltimo que sacó de quicio al campeón, ahora segundo. Fernando Alonso, testigo del duelo, aplaudía al final, quizá a los dos equipos, quizá al Sporting por el susto q ue había metido al gran rival de su equipo favorito, el Real Madrid. Pero más que el entorno de Messi no aplaudió nadie los dos goles finales que dejaron al Sporting malherido, pero consciente de que puede recorrer con éxito el duro y difícil camino de la salvación. En el banquillo, por si alguien lo dudaba, ha aparecido alguien que sabe el oficio de entrenador, para el que no vale cualquiera.