Para Mourinho, la sola idea de pensar en deshacerse de Higuaín es una estupidez. Seco en ocho partidos, apocado por el crecimiento de Benzema, la lesión del francés le dio al Pipa margen para refrescar la memoria a los que olvidan pronto. Falló en Vallecas porque no fue ni luchador ni matador en el área, sus señas más reconocibles. Pero el de anoche ya pareció el de siempre. Ese futbolista que no baja los brazos, un perro de presa en la presión y un asesino en serie cuando siente que la potería está cerca. Marcó dos goles y tuvo mucho que ver en otro, el primero, cuando inició el acoso que motivó la pérdida de Raúl Rodríguez y luego dejó solo a Ronaldo para que abriese la goleada.

El plan, ese librillo de primeros auxilios que todos se llevan a Chamartín, le duró al Espanyol apenas un cuarto de hora. Hasta ahí, su presión adelantada, su defensa arriesgada y sus ganas de tener la pelota le hacían parecer un igual en el Bernabeu. Ayudaba Carvalho, titular por la ausencia del sancionado Pepe y retratado en tres acciones que complicaron la vida a Ramos. Mourinho lo cambió al descanso y dio paso a Varane, una escena de relevo y una señal para el central, más preocupado por pedir la renovación que por estar preparado para cuando le llega el turno.

Para meter mano al Madrid hacen falta más que ganas y un puñado de jovencitos descarados como los del Espanyol. Tiene mucho mérito lo de Pochettino, que saca petróleo de un grupo crecido en las novilladas, pero que anoche patinó encerrado con vitorinos en una plaza de primera.

Los blancos entendieron que la resistencia inicial del Espanyol exigía velocidad, precisión y sacrificio. Así se aplicaron hasta convertirse en un huracán. La fe de Higuaín en la presión fue el caldo de cultivo del primer gol. Después, la combinación al primer toque fue letal. En esa jugada estuvo Özil, como en otras muchas. El alemán siempre está de servicio y sus lagunas aparecen cada vez más espaciadas.

Si a su fútbol de seda se suman otros compañeros, salen goles como el segundo, cocinado a fuego lento en el campo contrario hasta que Mesut encontró el lugar para asistir a Khedira, poderoso en la llegada, suelto y alegre como apenas se le ha visto desde que juega en España.

Con el balón, el Madrid fue demoledor. Y sin él, cuando entregaba metros, no hacía otra cosa recargar baterías para soltar una descomunal descarga a la contra.

Fue también una gran noche para Kaká. Otra vez poderoso, elegante y con esa zancada de gacela que le dio fama mundial. En una de esas carreras le entregó a Higuaín un gol casi hecho. El Pipa no tuvo más que rematar el guiso.

Con el tercero, el Madrid anuló el plan de rescate de Pochettino, que había dejado en el vestuario a Coutinho y Álvaro Vázquez para meter a Baena y Sergio García. A esas alturas, Casilla, portero del Espanyol pero canterano blanco, ya era el mejor de su equipo. Le sacó a Higuaín un mano a mano, otro gol cantado a Cristiano y unas cuantas paradas que habrían dejado el marcador en un escándalo.

A Kaká le llegó el premio a su gran noche con un golazo de superclase: potencia, claridad de ideas y definición sutil. Todo en uno. Higuaín remató la goleada y al final, Morata, el delantero referencia del filial, casi cierra la noche de su vida con gol si no es porque Casilla demostró su calidad con una parada de muchos reflejos.