El desencuentro viene de largo. Se inició cuando Javier Clemente era seleccionador y Míchel futbolista del Real Madrid. El escenario de la ruptura fue el Ramón Sánchez Pizjuán, nueva casa del ahora entrenador del Sevilla. España se jugaba en la capital hispalense, aquel 18 de noviembre de 1992, buena parte de sus opciones para el próximo Mundial de Estados Unidos. El partido, ante la República de Irlanda, terminó con un empate sin goles y Clemente decidió que se convirtiera en la última ocasión que Míchel se enfundara la camiseta del combinado nacional.

«Me gusta más Aldana», manifestó el de Baracaldo cuando, meses después, se le preguntaba por la reiterada ausencia de Míchel en las convocatorias. A Adolfo Aldana le siguió Luis Enrique y la clasificación para el Mundial dejó aparcado un debate del que nunca se olvidó el madrileño. Quedarte fuera de tu tercer cita mundialista, cuando eres una de las figuras de la conocida «Quinta del Buitre», es algo que no se perdona con facilidad. La relación entre ambos se deterioró hasta el punto de que iniciaron un cruce de declaraciones a través de los medios que se convirtió en un goteo incontenible. Una batalla que sigue viva veinte años después.

La filosofía de Clemente dista de la idea del fútbol que ha caracterizado a Míchel en el campo y en el banquillo. El vasco siempre ha dado prioridad al futbolista aguerrido, al que basa en el esfuerzo el cometido diseñado por el técnico. Otra de sus reglas básicas está en la fidelidad a sus ideas. No duda en defender a capa y espada a quien comulga con su teoría, y tampoco en mostrar la puerta a quien no se amolda a las condiciones que exige sobre el terreno de juego. No valen términos medios y Míchel fue uno de estos últimos. Primero porque fue un jugador que basaba sus virtudes en la sutileza y la elegancia. Hacerlo bonito antes que práctico, sin importar el cómo ni el porqué. En su carrera dejó detalles de todo ello, y también sufrió algún que otro silbido del Bernabeu por la falta de implicación en labores que se alejaban de lo que para él significa el verdadero fútbol. Las de Clemente y Míchel son dos visiones de un mismo deporte entre las que media un abismo.

La herida entre ambos volvió a abrirse hace unos años, cuando el madrileño ya había colgado las botas y aprovechó su columna en un periódico deportivo para mostrarse crítico con el juego que realizaban los conjuntos de Clemente. El vizcaíno, que públicamente asegura que suele seguir poco la prensa, no se perdió ni una letra. «Me insultó y yo soy una persona muy sensible. Me llamó ladrón. No quiero tener ninguna relación con él. No le daré la mano, se equivocó y, ahora, él hace su vida y yo la mía», manifestó el ahora técnico rojiblanco antes de que coincidieran, hace dos temporadas, sobre el campo. Fue en el enfrentamiento entre el Valladolid y el Getafe, que terminó en un empate sin goles. Como aquel que inició todo en el Sánchez Pizjuán.

La visita del Sevilla a El Molinón propiciará un nuevo encuentro. Clemente parece poco dispuesto a saludar al que fuera su pupilo en la selección y Míchel, fiel a la elegancia, ha intentado limar asperezas en los últimos tiempos. «Tiene dos ligas y ha sido seleccionador, algo que no he logrado yo. Lógicamente, hay que mirar a este tipo de entrenadores», declaró el madrileño hace unos meses. Lo que está claro es que ambos encarnan en el fútbol dos posturas irreconciliables.