Abróchense los cinturones y prepárense para vivir emociones fuertes. En menos de un mes, Javier Clemente ha devuelto al Sporting su cara más aguerrida y El Molinón va camino de convertirse en un búnker. La sabiduría del técnico, la entrega de los futbolistas y el apoyo ciego de la afición formaron un cóctel insuperable para un Sevilla incapaz de trasladar al césped su superioridad técnica. Clemente convirtió el partido en un repertorio de duelos individuales, en el que cada jugador tenía como única misión superar a su rival. Lo consiguió a menudo y el resto del tiempo se encomendó a Juan Pablo o a la falta de pólvora sevillista. Pero como eso no bastaba para ganar, el Sporting fue más allá que en Barcelona. Durante la primera media hora, cada recuperación conllevaba una estampida hacia el área de Palop. Conseguido lo más difícil, el gol, era cuestión de aguantar. Y para resistir, nadie mejor que Javier Clemente.

Clemente lo tenía muy claro. Cada oveja con su pareja. Gálvez con Reyes, André Castro con Rakitic, Gregory con Manu del Moral, Trejo tapando la salida de balón de Fazio, los laterales pegados a los extremos y los extremos obstaculizando a los laterales. A Barral le tocaba flotar entre los centrales. Sólo Botía, un líbero del siglo XXI dedicado a corregir errores y a ir a las ayudas, estaba dispensado de un marcaje individual. Con esos deberes y una actitud adecuada, que llevó a la fricción y las frecuentes interrupciones, el Sporting ganó la primera batalla al Sevilla, plagado de futbolistas menos dispuestos para ir a la guerra.

A la vista del espectáculo quedaba claro por qué Míchel nunca fue santo de la devoción de Clemente. Con el técnico de Baracaldo hace falta algo más que tener buen porte y una bota de seda. En poco tiempo ha conseguido hacer de unos jugadores apocados y depresivos en unos gladiadores. La consigna estaba clara: no cometer errores. Durante muchos minutos lo consiguió, al tiempo que alimentaba las dudas de los sevillistas. La primera muestra, en el minuto 17, cuando Cala le regaló el balón a Barral que, tras superar el agarrón de Escudé, se topó con Palop. Fue la chispa que encendió al Sporting, convencido de que se podía. En los diez minutos siguientes, el Sporting se comió literalmente al Sevilla, que no sabía por dónde le llegaban los golpes. Hubo ocasiones para Colunga y para Mendy, que sólo pudo salvar Palop. El veterano portero sólo rindió pleitesía al magnífico e inesperado remate cruzado de André Castro, que puso el broche adecuado al sibilino pase de Adrián Colunga.

Cumplida la media hora, el Sporting tenía el partido justo donde quería. Con ventaja y un rival más incómodo que en la silla del dentista. Pero un equipo, a fin de cuentas, con muchos recursos, por más que se viera privado de sus dos artilleros más reconocidos, Negredo y Kanouté. Ya antes del 1-0 el Sevilla advirtió de que no había venido de paseo, con un cabezazo de Perotti a la base del poste, y un remate sobre la marcha de Del Moral que se fue arriba por poco.

Cuando parecía que el Sporting iba a alcanzar el descanso sin mayores problemas, Juan Pablo y sus defensas se empeñaron en alterar el pulso de la afición. Todo empezó con un despeje del portero fuera del área, que tropezó en Rakitic y quedó en nada por el tiro desviado de Jesús Navas. Y, ya en el descuento, Reyes logró alejarse del pesado de Gálvez para soltar un derechazo que palmeó Juan Pablo. Tras el córner, el propio Reyes se fue al suelo en el área, derribado por Trejo.

Lo que no ha cambiado con Clemente es la angustia de los segundos tiempos. Con matices, ayer se repitió la historia de los partidos contra el Málaga, Osasuna y Atlético de Madrid. El Sporting se atrincheró y, si cabe, extremó las precauciones. El Sevilla no encontró facilidades para traducir su dominio en oportunidades, aunque alguna tuvo. Como la estructura defensiva del Sporting siguió siendo fiable, los sustos llegaron casi siempre en jugadas a balón parado. Unas veces por un fallo de Juan Pablo en una salida en un córner y otras por la fortaleza aérea de Fazio, que le dejó a Coke un balón en el punto de penalti que el lateral, de espaldas, mandó alto.

Al Sporting le duraba tan poco el balón que, pese a tener los recursos adecuados, no era capaz de salir al contragolpe. A medida que pasaba el tiempo, más sportinguistas se quedaban sin resuello, víctimas de un ritmo frenético. Clemente hubiese necesitado siete u ocho cambios para mantener la frescura del bloque; pero cuando escaseaba el oxígeno sus jugadores tiraban de orgullo. El juego se trabó, para desesperación de los sevillistas, los más interesados en jugar al fútbol.

Curiosamente, las oportunidades sportinguistas para sentenciar llegaron al final, cuando la velocidad de Mendy era más dañina para un Sevilla volcado al ataque. Especialmente vistoso fue el contragolpe iniciado por Pedro Orfila, que envió un balón al hueco para que su compañero llegase al área con ventaja. Mendy, generoso, vio la entrada con todo a favor de Bilic, que remató sobre la marcha y desde cerca. Parecía gol, pero Palop logró frenar el balón sobre la línea con los pies. Faltaban cuatro minutos más el descuento y, por tanto, tocaba sufrir hasta el final. Con Gálvez, extenuado, como un central más, el Sporting aguantó el tirón sevillista e incluso volvió a dar cuerda a Mendy, que estuvo muy cerca de estrenarse como goleador. No lo consiguió, pero con el pitido del árbitro ya nada importaba.