A pesar de estar destrozado y con un gran vacío, la entereza y la fuerza que me dieron mis padres me hace estar aquí, delante vuestro. Me es imposible no decirle adiós. Subir aquí es muy difícil, pero lo considero necesario.

Hace cinco años, mi padre y yo despedimos en esta misma iglesia a mi madre, Marián, y hoy vengo yo a despedirme de mi padre. La relación que guardábamos era estrecha, y ése es uno de mis mejores recuerdos. Digo adiós a la persona que, junto al carácter de mi madre, me hizo ser quien soy ahora. Siempre que pise el Tartiere, vaya a ver al Real Oviedo, discuta o vea cualquier deporte me acordaré de ti, ya que fuiste el que me descubriste este mundo con grandes victorias y dolorosas derrotas.

Deseaba y me agarraba a que este día llegase cuando ya tuviera la vida hecha, pero no ha sido así... Me enseñaste todo lo que sabías y más, soy la persona que soy gracias a ti y a mi madre. Aunque nuestra última conversación no fue de adiós, te recordaré alegre y como el mejor padre que uno pueda tener.

En tu vida de 60 años has dado mucho, tanto en tu trabajo como en muchos otros aspectos, y si hay algo que me hará seguir adelante, además de la familia y mis amigos, será tu voluntad de que me convirtiera en fotógrafo. Seguiré adelante, pero tengo que decir adiós a un gran periodista, buen amigo y mejor padre.

Por último, y a pesar de la tristeza de este día, uno de mis peores días, todavía puedo sonreír, porque para ti es el día que vuelves con tu querida esposa y mi amada madre para siempre. Muchas gracias a todos, y que mi padre descanse en paz. ¡Adiós papá!