Sábado de dolor, sábado de tristeza, sábado de impotencia. Ya no valen los ánimos y las vanas esperanzas. El Sporting va camino de Segunda porque demuestra cada fin de semana que no puede con la Primera. Porque si no es capaz de ganar al colista, con un campo lleno y volcado en el aliento, a ver a qué rival va a ganar. El Zaragoza se va de Gijón creyendo en la permanencia y deja al rival hundido.

Un equipo es un estado de ánimo, dicen los argentinos. El Zaragoza llegaba con una serie de buenos resultados, con la confesión pública de vergüenza de su entrenador Manuel Jiménez casi olvidada, tras aquella goleada en no se sabe qué campo. Ahora el Zaragoza cree en sí mismo como demostró buscando la victoria hasta en el tiempo de descuento, cuando al Sporting le pesaba el empate que no le valía de nada. Con empates en casa y hasta en San Mamés no se hace camino. Y el Sporting lleva toda la Liga sin hacer camino.

Cuando más necesitaba la victoria, otro fallo defensivo provocó el gol visitante. Y de nuevo, a remar contra corriente. El empate temprano de Eguren, en un milagroso saque de esquina, tras el descanso, fue una especie de espejismo. Porque ese gol tenía que haber abierto el camino hacia la portería de Roberto y hacia la victoria, pero el Sporting anda muy escaso de juego y no le llega para sacar adelante los compromisos. La lucha y la entrega son indiscutibles, pero hacen falta otras cosas, como la calidad, el oficio o la experiencia.

El Sporting huele ahora mismo a final de ciclo, al ciclo del ascenso. Y el símbolo de ese final pudo llegar en el minuto 89 cuando Sangoy, sorprendente sustituto de Barral, hizo un horrendo pase en un claro contragolpe. Ese pase cierra una época que pudo estar bien en algunos momentos, pero que venía anunciando el desastre desde hace más tiempo del que puede parecer. Porque el veneno que recibió el perro, en ya memorable frase de Javier Clemente, no ha tenido antídoto. Un colista al alza ha entregado el testigo de la última plaza. El déficit de la noche del Mallorca se ha incrementado con el de ayer. Los partidos pasan y los puntos no aparecen. Los resultados del admirable Molinón y del Sardinero aclaran la cola y dejan en el aire únicamente la tercera plaza del descenso.

La tan cacareada mejor plantilla de los últimos tiempos no da para la permanencia ni las angustias que se están viviendo son justificables. Porque hay que confesar que Barral, con todos los defectos que pueda tener, es mucho más jugador que un Sangoy desafortunado desde el segundo día en que jugó con la camiseta rojiblanca. Pero el posible error en el cambio de ayer no será la causa del descenso. La causa del descenso está en otros territorios. La tan cacareada mejor plantilla de los últimos tiempos no da para remontar ante un Zaragoza al que el gol de Eguren tuvo que llenar de dudas y que, sin embargo, se rehizo hasta ganar un partido que sabía clave para su futuro, que pasa por recibir a todo un Barcelona en una Romareda que ahora sí que creerá en la salvación. Algo en lo que ya no puede creer ese admirable Molinón que lleva meses esperando a un Sporting que juegue con sentido en defensa y ataque y que gane los partidos que tenga que ganar, que son muchos por historia.