Si alguien esperaba el milagro de la resurrección se encontró con otro sábado de pasión. El Sporting hizo en Getafe una nueva parada de su vía crucis particular y sigue con la cruz de la derrota a cuestas. No es algo nuevo. El equipo lleva años sin un patrón de juego y los resultados han ido empobreciéndose a medida que la plantilla se debilitaba. Los encargados de fichar, los mismos que negaron una prueba a Abdel Barrada o que informaron negativamente sobre Adrián López, no tuvieron a bien buscar recambios para José Ángel y Diego Castro, futbolistas cuya salida del club era conocida mucho antes del final de la temporada pasada.

El resultado es una plantilla descompensada y coja en muchas posiciones, lo que obliga a que varios futbolistas jueguen fuera de sitio. El origen de este desastre es un cúmulo de despropósitos y desaciertos del que no escapa nadie. Ni el presidente, Manuel Vega-Arango, increpado ayer por los aficionados rojiblancos, que no se atrevió a tomar en junio las decisiones que le convenían al club para no enfrentarse con su masa social. Ni un consejo de administración que necesita una urgente y profunda remodelación, que pide a gritos la entrada de savia nueva capaz de gestionar el club. También tiene su cuota de responsabilidad un Javier Clemente que, si bien es cierto que heredó un equipo en ruinas, se ha desgastado en batallas inútiles que no ayudaron en nada al objetivo de la permanencia y ha sido incapaz por completo de hacer reaccionar a esta plantilla. No se libran los futbolistas, que han tenido un rendimiento muy por debajo de su nivel, con problemas graves de actitud, con escándalos por las salidas nocturnas y con una falta alarmante de reacción ante la adversidad.

Y, así, entre todos lo mataron y el Sporting se murió. Porque a estas alturas de la película a nadie se le escapa que el Sporting es ya un equipo de Segunda División. El final de temporada va a ser durísimo para el sportinguismo. Hay que exigir que se complete la campaña con la máxima dignidad posible. Y no estaría de más comenzar cuanto antes la planificación de la próxima temporada. Lo cierto, aunque no se ha hecho público, es que desde hace días ya se está perfilando cómo será el Sporting que afrontará el reto de regresar a Primera División el próximo año.

No es pesimismo, es la pura realidad. Episodios como el vivido ayer en el Coliseum, con la afición del Getafe mofándose del Sporting y cantando contra su entrenador, son una agresión a 107 años de historia, a un club con una solera que ya quisieran muchos, que fue subcampeón de Liga, que jugó dos finales de Copa, que disputó en seis ocasiones competición europea y que nunca ha jugado por debajo de Segunda División. Un club que presume de cantera y de masa social, del que salieron futbolistas como Quini, Joaquín, Villa, Luis Enrique y Abelardo. Un club, en fin, que no se merece ser el hazmerreír del fútbol español.

La imagen del Sporting ayer en Getafe fue la de un equipo patético, sin alma, que nunca compitió por ganar el partido. A su rival le bastó con dejarse ir, agazapado en su campo esperando un gol que caería de maduro. Fue seguramente el partido más cómodo para el equipo de Luis García en toda la temporada. Los rojiblancos jugaron con la certeza del condenado. Los futbolistas no han superado la derrota ante el Zaragoza y ya han comenzado a digerir el descenso.