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Como todos los partidos del Coliseum, el de ayer tenía ese ambiente de pachanga, de bolo veraniego. Las gradas vacías y el silencio de la parroquia local mermaban la tensión del choque. Tan sólo en la esquina rojiblanca, un pequeño reducto de aficionados animaba y disfrutaba del fútbol de Primera, conscientes de lo que se les viene encima.

Javier Clemente mantuvo la idea prevista, recuperó el 4-2-3-1 y la única sorpresa fue la presencia de Lora en el centro del campo junto a Rivera. El damnificado fue de nuevo Nacho Cases; y con él, el Sporting. Y con ellos, el fútbol. No hay en la actual plantilla rojiblanca otro centrocampista con la visión de juego, con el tacto, con la implicación que tiene el del barrio de La Arena. Cuesta defender a un entrenador que toma decisiones como ésta. Prescindir de Nacho Cases es, para el Sporting actual, un lujo que no puede permitirse. Y menos que nunca en un partido como el de ayer, que se adaptaba como un guante a las características del gijonés, con un Getafe que dejó a los rojiblancos la iniciativa del juego. Y el juego fue plano.

El Sporting tuvo el balón, pero lo movió sin chicha, sin profundidad, sin la mínima intención de hacerle daño a su rival. Podría decirse que los rojiblancos dominaron los primeros minutos y hasta que merodearon el área local. Pero siempre hay algún detalle que frustra las ocasiones rojiblancas. Y en defensa es aún peor. El rival necesita muy poco para hacer gol. Una faltita lateral, un error en la marca, Juan Pablo que duda en la salida y Miku marca uno de los goles más sencillos de su carrera.

Ahí se acabó el partido. El Sporting nunca dio la sensación de poder reaccionar y el Getafe se dedicó a controlar el encuentro sin sufrir demasiado. Era cuestión de tiempo que llegara el segundo. El Sporting aguantó vivo hasta el descanso, pero casi en la primera jugada del segundo tiempo llegó la sentencia. Gavilán, que ya había servido el primero, metió un centro profundo hacia el área que sobrepasó a los cuatro defensas rojiblancos y fue a caer mansamente a los pies de Diego Castro. No hubo indulto. Diego Castro voleó como tantas veces lo había hecho con la camiseta del Sporting y ayudó a cavar una tumba más profunda para su ex equipo.

A estas alturas, Clemente ya había repescado a Barral y el gaditano dio un poco de filo al ataque, aunque desperdició las dos ocasiones claras de que dispuso.

El espectáculo se trasladó a la grada. Mala señal. La imagen fue dolorosa dentro y fuera del campo, con un equipo deshecho y una afición revuelta, que confirmaron el deterioro que se vive en todos los estamentos del club. El Sporting necesita una profunda reconversión en la plantilla, en el banquillo y en los despachos. Y necesita que sea rápido, hay que trabajar con tiempo, para que no se repitan tardes como la de ayer.