El Zaragoza en su mejor momento de la temporada. La Romareda en plan Obama («Sí, se puede»). Un penalti en contra que detiene Valdés. Gol de Aranda de rebote. Un césped cochambroso. No juega Iniesta, ni Xavi, ni Busquets, ni Piqué. ¿Qué hacemos? ¿Olvidar la poesía de Messi e intentar ganar al Zaragoza jugando en prosa? ¿O intentamos ganar el partido golpe a golpe y verso a verso, como siempre, como nunca jamás ha hecho un equipo de fútbol? En caso de duda, el Barça de Guardiola lo tiene claro: poesía y prosa.

El Barça es el único equipo del mundo que no separa la poesía de la prosa, así que el juego en prosa de Mascherano es tan poético como los versos de Neruda, y el poético Thiago juega con la prosa de Tolstoi. Del mismo modo que un hombre no puede escapar de su propia sombra, el Barça no puede escapar de sus luces, de sus golpes poéticos y de sus versos en prosa. Hubo un tiempo, al final de la era Rijkaard, en el que el Barça cayó en la depresión, y nada tenía sentido en un equipo y una afición heridos por la caída en picado de Ronaldinho. Depresión, «spleen» decimonónico, melancolía renacentista, acedia cristiana, tedio romano. Algo de eso. O todo a la vez. Entonces llegó al banquillo del Camp Nou un tipo que empezó de recogepelotas y terminará viendo los partidos desde la primera fila del palco. Ese tipo tenía un plan, unir poesía y prosa para formar el mejor equipo de fútbol de la historia. El plan funcionó. Es más, el plan sigue funcionando porque el Barça ganó en Zaragoza con la prosa de Puyol y con versos como la jugada del cuarto gol entre Messi y Pedrito. Y el Barça jugará contra el Chelsea una semifinal de la Liga de Campeones. Y van cinco seguidas. Y el Barça jugará, otra vez, la final de la Copa del Rey. Y el Barça ganó la Supercopa de España, y la Supercopa de Europa, y el campeonato del mundo de clubes. Y cuando todo termine, cuando el Barça ya no gane partidos incómodos como el de Zaragoza, cuando nos elimine un equipo italiano de la Liga de Campeones y el Valencia o el Betis nos impidan jugar la final de la Copa del Rey, cuando pase todo eso, no habrá lugar para la depresión, ni para el «spleen», ni para la melancolía, ni para la acedia, ni para el tedio. Cuando todo termine, empezará la leyenda.

Sólo los hombres enterramos, decía Claudio Eliano, pero la mayoría de los animales lamenta al muerto. Cuando el Barça de Guardiola muera, sólo los culés enterraremos el cuerpo de un equipo irrepetible e inolvidable, pero la mayoría de los futboleros lamentará la muerte de un equipo que demostró que en fútbol la poesía y la prosa no son agua y aceite, sino Martini con vodka. ¿Agitado? ¿Mezclado? Eso depende del partido.