El fútbol le debía a El Molinón un partido como el de anoche, emocionante hasta la truculencia, pero con final feliz. Una clase de final que quizá ya no le valga de mucho al Sporting en esta infausta temporada, en la que ha sido un perro flaco martirizado por las pulgas. Equipo vulnerable como ninguno -la cuenta de goles en contra, la más alta de la Liga, no miente-, tal parecía que ayer se iba a repetir una vez más el escarnio de una derrota absurda. El Sporting lo ponía todo y al Levante le bastaba con casi nada. El equipo valenciano había marcado un gol en su primera llegada, que sería la única del primer tiempo. Y en el segundo período le había sido suficiente con un saque de esquina para dejar en evidencia a la endeble defensa gijonesa.

No importaba que el Sporting hubiera llevado la iniciativa y asumido los riesgos. El Eurolevante, revelación milagrosa de esta Liga, es un equipo curioso. Juega como si interpretase a los blancos en una película clásica del Oeste. Se encierra en el fuerte y deja que los indios ataquen. De pronto, y como por sorpresa, saca una expedición de castigo y diezma a los atacantes. Así le pasó al Sporting. Tenía el campo, tenía la iniciativa y el balón, pero se estrellaba contra la empalizada defendida por el coronel Ballesteros y su tropa. El Sporting era un equipo más ágil de lo habitual por el dinamismo que le infundían Lora y Nacho Cases en el primer tiempo, pero le faltaba profundidad, no sólo por lo bien plantado que estaba el rival, sino porque sus atacantes no acertaban. Sólo Trejo, con sus regates de ruptura, abría fisuras en la coraza azulgrana (ayer negra). Y no fue casualidad que él fuera quien igualase el gol facilón de Valdo, tras el cual un graderío vengativo se ensañó con Canella, endosándole la totalidad de una culpa que sin duda había sido compartida.

EL SUICIDIO SALVADOR.-

Canella se sobrepuso y fue un gran mérito por su parte. Y el Sporting volvió a la carga, con un dominio más persistente que productivo. Lora y Cases empujaban, y también Orfila y Canella, pero arriba sólo Trejo se ofrecía para recibir y luego arriesgaba para resolver. Barral jugaba para atrás y Colunga estaba desaparecido. En otras circunstancias, los cambios hubieran estado cantados, pero Clemente no tenía, en apariencia, alternativas en el banquillo. Pese a ello, se atrevió con el doble cambio y retiró a ambos a la vez para dar entrada a Ayoze, que sólo había jugado bien en los rondos pre-partido, y a Sangoy, que esta temporada no había metido ni un gol. La hinchada lo tomó como una provocación. Por si fuera poco, en plena bronca el Levante marcó con una facilidad insultante en una jugada en la que fallaron sucesivamente Lora y Botía, de forma manifiesta, pero también toda la defensa, que se había quedado paralizada en una jugada a balón parado. El 1-2 pareció certificar el suicidio de Clemente y, a la vez, la defunción del Sporting. Pero el equipo no estaba muerto. Tal vez, sólo en situación catatónica, durante la que su mal pudo agravarse definitivamente si Orfila, lesionado, no hubiera sacado bajo los palos un tiro del rapidísimo y potente Koné.

Lo despertó una jugada milagrosa, pues lo fue que Lora, tras correr con el balón en los pies en paralelo a la portería levantinista, al no encontrar ninguna opción de pase, optara por tirar a puerta, casi a la desesperada, desde unos 25 metros y con la zurda. Es posible que nunca le haya salido un tiro así ni quizá le vuelva a salir, pero el balón se deslizó como una bala sobre la húmeda pradera, buscó el poste derecho de Munúa y, tras dar en él, se coló dentro. Volvía a haber partido. Y vaya si lo hubo. Con el Levante en disposición de recuperar el tiempo perdido, el Sporting vació sus recursos. Apareció al fin De las Cuevas. Siguió multiplicándose Cases y también Lora, ahora desde el lateral. También Canella empujaba. Seguía sin haber mucha claridad, lo que se reflejaba en llegadas sin remate. Pero Trejo seguía dispuesto a arriesgar. Y por hacerlo le robó un balón a Javi Venta en la corona del área y lo empujó hacia Sangoy, que, una vez más, se cayó. Pero esta vez se levantó a tiempo y, casi sin recuperar el equilibrio, metió la zurda y mandó el balón hacia el palo contrario, imposible para Munúa. El milagro estaba consumado. O casi, porque para que pudiera certificarse como tal fue preciso que Navarro cabeceara al larguero y que el rebote fuera enganchado por Iborra para dar ocasión a Juan Pablo de echar la rúbrica con una de esas paradas que reclaman el aumentativo.

De esa forma, el partido que a priori se había presentado como el del veredicto quedó como el de la pausa, la reflexión o el interludio. Clemente encontró al fin un equipo ganador, aunque, con sus decisiones, estuvo a punto de cavarle la tumba. No se sabe aún con vistas a qué, por emplear un eufemismo, porque el optimismo no es razonable en este caso, ni por las posibilidades que tiene el Sporting de llegar a la orilla salvadora, que son mínimas, ni por la consistencia del equipo, que también lo es, sobre todo por su endeblez defensiva. Pero al menos, y cuando menos se esperaba, ofreció una satisfacción. Curiosamente, como había hecho ante otros grandes de la clasificación. Tiempo al tiempo, pues. Lástima que ya apenas le quede.

El Sporting por fin alcanzó un final feliz tras acertar Clemente en su apuesta aparentemente postrera, incluido el doble cambio suicida que realizó en el segundo tiempo