Dos inesperados zurdazos de Lora y Sangoy sostienen en pie al Sporting. Fue una victoria bajo sospecha. Gritada con rabia en el fulgor de la euforia y cuestionada luego en el sosiego del análisis. El Sporting es un equipo cogido con pinzas, que pierde en defensa mucho más de lo que produce en ataque. El partido de ayer es el mejor ejemplo. El Sporting dominó de principio a fin a un decepcionante Levante, con un generoso caudal ofensivo y marcó tres buenos goles. Más que suficiente para que cualquier equipo de la Liga española sumase una solvente victoria como local. No es el caso del Sporting. Una arrancada de Javi Venta, un saque de banda horrorosamente defendido (otro más) y un par de pelotazos al área fueron argumentos más que suficientes para provocar el tembleque de El Molinón.

Es lo que pasa cuando se vive en el filo de la navaja. Con todo, los rojiblancos ganaron anoche un partido que han perdido mil veces. Fue un triunfo a lo Preciado. Lleno de casta, de ocasiones perdidas y de errores defensivos que sumieron al equipo en el fango. La tormenta de la grada salpicó a todos los estamentos del club y los gritos contra el máximo accionista y contra el entrenador debieron escucharse en Marbella. Y entonces, cuando todo parecía perdido, el Sporting dijo aquí estoy yo y se aferró a la Primera División.

La victoria de anoche no cambia sustancialmente el escenario. Pero permite al Sporting pasar una noche a cuatro puntos de la permanencia, a la espera de ver la suerte que corren esta noche Villarreal y Racing, y con dieciocho por disputar. La otra orilla, la de la esperanza, se ve un poco más cerca, pero aún quedan muchas brazadas por dar para acabar de vadear el río. El problema es el daño que ya se ha hecho a la entidad. En la peor entrada de la temporada en El Molinón, quedó de manifiesto que la paz social de la que tanto presumió el Sporting se ha hecho añicos y la afición brama contra futbolistas, entrenador, directivos y máximo accionista. No se salva nadie. Esto sólo lo arreglan las victorias.

Nadie podrá reprocharle a Javier Clemente que se guardase nada en el partido decisivo. El vasco alineó a sus mejores peloteros para hacer circular el balón y castigar a un Levante que ya no está para correr detrás de la pelota. Clemente situó a sus centrocampistas de más talento, Lora y Nacho Cases, al mando de las operaciones y arriba salió con toda la munición pesada: Barral, Adrián Colunga, Trejo y De las Cuevas. Lo mejor que este equipo puede ofrecer. Y así, recurriendo a los bajitos, el Sporting creció.

En cambio, mantuvo la defensa que naufragó en Getafe y de nuevo fue un sufrimiento. Además encendió a la grada con un doble cambio incomprensible. Cuando el gol de la victoria parecía más próximo, cuando el Sporting se lanzaba a un ataque frontal y tenía encerrado a su rival, Clemente retiró a Barral y Adrián Colunga para dar entrada a Ayoze y Sangoy. Fue más de lo que la sufrida afición del Sporting podía soportar. Para colmo, dos minutos después marcó Koné y el campo explotó.

El Levante sacó petróleo de sus contadas llegadas y marcó dos de esos goles ridículos que tanto fastidian a Clemente. Pero esta vez, el viento no hundió el barco. El equipo tuvo casta, orgullo y la dignidad profesional para no dar por cerrado el ejercicio cuando ya nadie creía en ellos. Cuando la Segunda División era ya una realidad palpable, emergió la figura de Lora para convertirse en el nuevo ídolo del sportinguismo. El lateral madrileño encarna todos los valores que siempre han definido al Sporting.