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Como si Javier Clemente hubiera visto el partido con anterioridad, el discurrir del juego durante el primer tiempo fue tal cual lo había concebido el técnico de Baracaldo. El Madrid se vio atrapado en la red rojiblanca y fue tanto su afán en solventar el trámite por la vía rápida, que se vio sorprendido por el garbo y el buen criterio con que el Sporting salía a la contra. Al contrario de lo que sucedía en épocas anteriores, el Sporting administraba con tacto, buen gusto y cierta ambición los balones que iba recuperando. Nada de juego directo, nada de pelotazos al punta. Lora lanzaba, De las Cuevas creaba y Trejo inventaba.

De hecho, las dos primeras ocasiones claras del encuentro fueron rojiblancas. La primera la provocó Trejo, que le robó la cartera a Arbeloa en el borde del área y se plantó ante Casillas. Lo que viene siendo como darse con un muro. El mejor portero del mundo rechazó, como si tal cosa, un remate a quemarropa del argentino. A la segunda, Trejo piso el área con decisión, recortó a Sergio Ramos y provocó un penalti clamoroso que De las Cuevas transformó con frialdad.

Y así, el Madrid se vio en el trance de ir contracorriente, ante un rival al que apenas había inquietado. Negros nubarrones se cernían sobre el Bernabeu. A esas alturas, ya estaba más que claro que el Sporting se sentía cómodo con el discurrir del encuentro. Tanto, que el debutante Moisés cometió un exceso de confianza. El central andaluz vio llegar el lejano envío de Sergio Ramos y dio por hecha la salida Juan Pablo. El portero confió en el despeje del central y nadie salió al cruce de Higuaín. El argentino es un cazagoles de altura que cierra cada ejercicio con unos números de futbolista grande, pero que por esas cosas del fútbol vive bajo sospecha en el Bernabeu.

El Sporting se tomó el empate como un accidente, consciente de que el resultado seguía siendo bueno. Los rojiblancos apenas sufrieron nuevos rasguños hasta el descanso. Como a todo flaco todo son pulgas, la lesión de Iván Hernández obligó a Clemente a modificar la receta que había dado tan bien guiso. El Sporting se reubicó y Gálvez demostró ser un central de altura. El partido estaba controlado, los minutos pasaban, los nervios crecían en el bando local e incluso quedaba abierta la puerta de otra contra letal, aunque la eficacia de las salidas rojiblancas se veía mermada por el cansancio creciente.

Y de nuevo el partido se fue en dos errores individuales de Trejo, que hasta ese momento se había desempeñado como un futbolista grande liderando todo el juego ofensivo rojiblanco. Trejo perdió dos balones en zona de peligro y eso es mucho perder. Di María asistió a Ronaldo para un cabezazo soberbio y Ozil dejó en bandeja el tercero a Benzema. Mou reclamó su cuota de protagonismo y el Sporting se quedó sin un premio merecido. Quizá haya dicho adiós al fútbol de Primera, pero fue una despedida digna.