Rugió el Allianz Arena y se empequeñeció el Madrid. Acostumbrado a los paseos en la competición doméstica, el Madrid fue sorprendido por un Bayern algo primitivo pero sincero en su juego. Menguó el Madrid en cada decisión de Mourinho, que fue lanzando mensajes subliminales al equipo para que reculara. Mario Gómez hizo justicia cuando sólo faltaba un minuto y el Madrid aprendió que el que juega con fuego, en Múnich, se acaba chamuscando.

No constatan los blancos quemaduras definitivas por la amabilidad de un resultado que deja la eliminatoria a un solo gol. Y en el Bernabeu, donde los 90 minutos se hacen más largos de lo normal, Juanito dixit en su macarrónico italiano. Pero debe servirle la experiencia al Madrid para saber que en Europa los errores se pagan. Para evitarlos, siempre es aconsejable que los partidos se jueguen en el campo del rival. Asunto que evitó el Madrid en la recta final.

Se consumieron las horas previas hablando de ambientes caldeados, bomberos y demás elementos exógenos al propio fútbol. Fue Mourinho el que puso la puntilla desde la sala de prensa. «Será un duelo más táctico de lo normal», vaticinó, provocando un escalofrío a los amantes del fútbol valiente. Frases como ésas suelen traducirse en tostones difíciles de aguantar. La primera parte no fue nada de eso. El Bayern-Madrid fue vibrante desde que Howard Webb señaló el comienzo. Para apaciguar los ánimos locales, el Madrid se tranquilizó en torno al balón. Sabia elección.

Ya a los seis minutos pudo dar el Madrid el primer susto. Un pase exquisito de Özil dejó a Benzema en una gran posición. El francés optó por cargar con potencia y Neuer respondió con una intervención felina. Con el balón en poder del Madrid el Bayern pareció menguar, pero hay registros en los que un equipo alemán siempre va a estar por delante. Es cierto que la globalización ha hecho desaparecer los elementos diferenciadores de cada fútbol nacional: ni los italianos son tan defensivos como antes, ni los ingleses tan dados al balón largo. Pero lo de los alemanes con los córneres no tiene visos de cambiar. Si no fuera por la imagen poco estética que tiene un saque de esquina, se podría ver hasta una relación algo romántica.

En el minuto 16 se pudo comprobar. Pepe despejó a saque de esquina una internada de Ribéry y hacia el área se encaminaron las torres alemanas. El balón voló por el área de Casillas, rozó en Ramos, rebotó en Badstuber y cayó, limpia, en el área blanca, el territorio perfecto para los pillos. Ribéry es uno de ellos y no dejó pasar la oportunidad para adelantar al Bayern. El fuera de juego posicional de Gustavo incomodó a Casillas en su estirada.

Se encendió el Allianz Arena con los alemanes por delante. Ni rastro de los bomberos.

El gol fue un golpe directo a la autoestima blanca, que dudó. Se diluyó Di María, efervescente al inicio, y se incomodó Özil con tanta presencia de defensas. Sólo quedó la opción de acogerse a las internadas solitarias de Cristiano Ronaldo, algo más obtuso que de costumbre.

Le quedó al Madrid la opción de apuntarse a los chispazos esporádicos de sus hombres de ataque. Lo intentó Cristiano en una falta lejana y más tarde Benzema en una buena acción individual a la que sólo le falló la rúbrica final. Mario Gómez respondió de inmediato obligando a Casillas a firmar la postura más estética de todo el partido. La primera mitad del partido fue eléctrica.

La gracia estuvo en que el inicio de la segunda mitad respondió a los mismos parámetros de intensidad. Del duelo cara a cara salió beneficiado el Madrid. Ocurre habitualmente. Consumidos 7 minutos del segundo acto, los blancos encontraron los espacios que requerían. Alonso lanzó la contra con pulcritud que llegó a los pies del artista con la tarde más inspirada, Benzema. El servicio del francés fue tan llamativo como el error grosero de Ronaldo. Por suerte, la jugada vivió su secuela. Benzema le pegó esta vez de forma defectuosa y Cristiano recuperó el balón antes de salir para que Özil empujara a la red. El empate significó un jarro de agua fría para los alemanes.

Lo que ocurrió a continuación sólo se explica desde una perspectiva demasiado calculadora. Retrocedió el Madrid consciente de que el resultado significaba tener medio billete de vuelta a Múnich comprado. También retrocedió por el impulso de un Bayern al que disputar la final de la competición como local le sirvió de incentivo. Y retrocedió, en fin, el Madrid por los mensajes de Mourinho que daba por bueno el empate.

Ingresó Marcelo en el campo por Özil. Primer aviso. Reculó el Madrid y pudo recibir el mazazo si Mario Gómez no hubiera dirigido mal su punterazo en un rechace a una falta lateral (para recordar que seguía tratándose de un equipo alemán). Salió al campo Granero, después, por Di María. Segundo aviso. Fue entonces Ribéry el que pudo anotar en una brillante jugada personal que finalizó en un centro sin compañero que se llevara la gloria. Tras un nuevo cabezazo de Mario Gómez y un penalti reclamado por el hispano-alemán, llegó el tanto de la victoria alemana.

Para hacer más daño al ego de Mourinho, el error llega por parte de Coentrão, aquel señalado como especialista defensivo en los momentos más trascendentales. El portugués, glotón de amagos, se comió el que le ofreció Lahm, dejando al lateral en posición inmejorable para ponerla en el área. El dulce fue aprovechado por Mario Gómez para poner al Bayern por delante.

Estalló el Allianz de forma definitiva y el Madrid lamentó sus decisiones. Las heridas, aunque preocupantes, no son irreparables. El Bernabeu dictará sentencia la semana que viene y al Madrid le basta un gol. Esta vez el ambiente lo pondrán los blancos. Que la UEFA prepare a los bomberos.