La magia de Stamford Bridge se le esfumó al Barça en una noche negra como el cielo de Londres. Un Chelsea menor, que embocó en su única oportunidad de todo el partido, consiguió el resultado soñado, a la vista de su situación. En un homenaje al «catenaccio», Di Matteo esperó al Barça con nueve soldados protectores de Cech y lo fio todo a una contra de Drogba. La paciencia del Barcelona se estrelló con la madera en dos ocasiones, Cole rebañó sobre la línea un remate de Cesc y el prodigioso guardameta checo hizo el resto. El 1-0 obliga al Barça a hilar muy fino el martes para cumplir con los pronósticos.

Liquidada la breve era Villas-Boas, la afición del Chelsea se ha entregado en cuerpo y alma al método Di Matteo, con todo su ejército de veteranos sobre el tapete. El técnico «blue» montó un trivote por delante de la defensa, que entre otras cosas mandó a Juan Mata al exilio de la banda derecha. El asturiano, buen chico, obedeció al pie de la letra las instrucciones, más apropiadas para un obrero del fútbol. Mata tapó su carril y sólo muy esporádicamente buscó su zona natural, en la media punta. Ni siquiera tuvo una oportunidad de estirar las piernas como Ramires, que por el otro lado protagonizó la jugada del único gol.

El Barcelona se encontró con un paisaje muy parecido al que le planteó Mourinho hace un año en el Bernabeu: un equipo que le esperaba muy cerca de su área para negarle los espacios y, si acaso, salir a la contra. Como entonces, también minimizó los riesgos para evitar las pérdidas sin tener las espaldas bien cubiertas. Lo consiguió salvo en el segundo minuto de descuento de la primera parte. A Messi le rebañaron el balón y Lampard tardó un segundo en activar a Ramires, con una autopista por la izquierda. El brasileño pisó el área con opciones de remate, pero prefirió buscar a Drogba, que ni siquiera necesitó un remate limpio para marcar.

Fue un final inesperado para un primer tiempo jugado en una sola dirección: la de la portería local. Sin muchas oportunidades, apenas tres, pero muy claras. Porque Alexis, tras ganar la espalda de la defensa en el minuto 8, bombeó el balón sobre la salida de Cech con dirección al larguero. Cesc, en el 17, enganchó con la espinilla el rechace del portero al remate de Iniesta, tras la típica travesura de Messi por el área. Y al propio Cesc le faltó una pizca de fuerza en el toque para librar el corpachón del portero, lo justo para darle tiempo a Cole a sacar casi debajo de los palos.

En todo ese tiempo, antes del inesperado 1-0, el Chelsea había vivido mendigando algún saque de banda que permitiera a Ivanovic poner el balón en el área, como si fuera una bomba. En uno de ellos, Alves llegó a tiempo para evitar el remate a bocajarro de Terry. Guardiola, que se permitió el lujo de rebajar aún más la talla media de su equipo con la suplencia de Piqué, respiró al comprobar que el Chelsea ni siquiera lograba forzar saques de esquina. En realidad, Stamford Bridge fue cualquier cosa menos una caldera porque el planteamiento «blue» apagaba los ánimos al más pintado.

Aun así, desde Abramovich hasta el último aficionado del Chelsea lucían una sonrisa de oreja a oreja en el descanso. El 1-0 era mucho más de lo que nunca hubieran podido imaginar. Y se aventuraba una vuelta más de tuerca para el segundo tiempo. En realidad, todo siguió igual. El Barcelona se mantuvo fiel al guión, quizá consciente de que la búsqueda del valioso gol fuera de casa tenía como contrapartida el grave riesgo de una segunda puñalada inglesa. Así que Guardiola no tocó nada hasta que Alexis volvió a fallar una de esas oportunidades que pueden marcar un partido o una eliminatoria. El chileno, solo ante Cech tras un globo de Cesc, remató fuera.

La entrada de Pedro tenía una lectura más allá de lo futbolístico. Guardiola se encomendaba al chaval que rescató de la Tercera División para protagonizar casi todos los momentos decisivos de su Barça. Dio cuerda al Pedro luchador, intenso y, sobre todo, el de los goles milagrosos cuando todo parece perdido. Cuando el canario conectó su remate en el último minuto, al barcelonismo se le vino a la cabeza el de Iniesta hace tres años, en esa misma portería. Pero esta vez, tras superar a Cech, el balón se estrelló en el poste. El rechace le llegó a Busquets, que, apurado, lo mandó a la grada.

Fue el colofón a un segundo tiempo tan frustrante para el Barça como el primero, aunque al menos evitó otro sofoco. Cuarenta y cinco minutos de control absoluto y dominio abrumador apenas se tradujeron en esos chispazos de Alexis y Pedro, además de la peinada de Puyol en un saque de falta de Messi que Cech, gracias a sus brazos infinitos, palmeó a córner.

Messi, esta vez, no pudo ser el salvador. Jugó un buen partido, desequilibró pese a vivir rodeado de camisetas azules, pero nunca se le presentó ninguna oportunidad como la que tuvieron sus compañeros. El martes tendrá una nueva oportunidad para cambiar la historia, que indica que ningún equipo es capaz de repetir título desde que la Copa de Europa se convirtió en la Liga de Campeones. Otro desafío para el Barça.