Es sabido que Messi, de niño, tuvo problemas de crecimiento y que esa fue la causa principal de su venida a España. Los problemas se solucionaron y Messi se convirtió no solo en un superfutbolista, sino también en un superhombre. Es el futbolista que juega todos los partidos y nunca se lesiona. El mismo tipo de resbalón que ayer mandó al vestuario al británico Cahill lo sufrió Messi en el partido de Stamford Bridge. Y se levantó como si nada. Pero Messi es mortal -en eso es más humano que Maradona- y, como tal, falible. Es capaz de equivocarse. Por ejemplo, en el lanzamiento de un penalti. A todos los grandes les ha pasado, de Pelé a Di Stéfano, pasando por Puskas. Pero cuando él se equivoca su equipo padece como ningún otro. El Barcelona que ha hecho Guardiola es un gran equipo, pero con un talón de Aquiles muy notorio. Depende en exceso de un solo jugador. Es messidependiente. Se pudo ver anoche, mientras penaba, impotente, ante un rival que se había quedado con diez jugadores tras la estupidez de su capitán. Con el Chelsea encerrado voluntariamente en su campo durante todo el segundo tiempo, el Barcelona fue incapaz de encontrar recursos que no pasaran por su líder. Pero Messi solo emergió una vez y entre Cech y el poste impidieron el gol salvador. Por eso, principalmente por eso, el Barcelona no estará en la final de Munich. Por eso, también por eso, su trayectoria triunfal, que ha entrado en un manifiesto eclipse, no tiene por qué haber terminado. Messi es muy joven todavía.