En vísperas de que se conozca la sublime decisión de Pep Guardiola que, según los indicios desvelados por gentes muy cercanas al Barcelona, se inclina por el adiós, parece extenderse la convicción de que la tan cacareada final española de Múnich no existe por culpa del cansancio acumulado por los dos grandes rivales de la Liga española, la que dice ser y llamarse la mejor del mundo.

Puede que sea cierto que los dos equipos, como avisaron gentes solventes el mismo domingo, llegaron tiesos a la vuelta de las semifinales. En el caso del Real Madrid, que tuvo que jugar una prórroga, fue evidente que las fuerzas ya flaqueaban en el segundo tiempo, cuando todo el mundo esperó la aparición de la tan cacareada pegada blanca. Tampoco el Bayern fue muy allá en su condición física, pero quizá supo disimular mejor su estado de forma. El Madrid estaba tieso porque su impresionante arranque de partido duró muy poco. La mentalidad de su entrenador, empeñado en que el equipo sea una simple copia del Atlético de Madrid de Luis Aragonés (ya llovió, pese al cambio climático, desde entonces) refugiado en el contragolpe, dio alas a un Bayern Munich que jamás tira la toalla, ni cuando el Manchester le mete dos goles en el último minuto de aquella inolvidable final. El Madrid no quiso buscar el tercer gol cuando los alemanes tenían que estar tocados y se vio sometido a una larga agonía que cerró Sergio Ramos con su ridículo lanzamiento. A lo mejor el viaje a Dubai en vísperas de los grandes compromisos de la temporada tuvo algo que ver.

Dada por válida la teoría de que los dos semifinalistas españoles llegaron agotados a los partidos de martes y miércoles, alguien podría preguntarse para qué sirven las cohortes de preparadores físicos, fisioterapeutas, recuperadores, dietistas y hasta psicólogos/as que acompañan a los equipos. Uno recuerda la semifinal de México-70 entre Italia y Alemania y ve el derroche que realizaron ambos equipos, incluido «El Kaiser» con un brazo en cabestrillo. Los masajistas llevarían poco más que un botella con agua milagrosa y una toalla. Ahora parecen llevar una clínica ambulante, pero los futbolistas se quedan sin gas antes de tiempo.

Los resultados de las dos semifinales europeas confirman lo que ya se dijo, que no conviene sacar de quicio la potencia de nuestro fútbol que, por lo demás, ha vivido un buen año y que los rivales continentales merecen el máximo respeto. Los historiales de Milán, Inter, Juventus, Manchester, Liverpool, Bayern y alguno más aguantan con solvencia la comparación con los dos grandes españoles. Ninguno, por mal que esté, suele ser pan comido. Los desprecios lanzados al Chelsea son inadmisibles. La actual escuela de lo mío es único y lo demás, porquería, cuya expresión más reciente puede ser Joan Gaspart, vicepresidente de la Real Federación Española de Fútbol, es nociva para el deporte y para la vida ciudadana. No vale eso de que cuando uno cae eliminado el fútbol es injusto y cuando cae el otro, el fútbol hace justicia. Menos análisis con camiseta y más ponderación.