Si alguien pensó que la imagen doliente de José Mourinho arrodillado sobre el tapiz del Bernabeu mientras sus pupilos erraban penaltis o los lanzaban a las nubes era signo evidente de claudicación o penitencia, se equivocó de punta a rabo. En el ideario del entrenador del Madrid no caben virtudes teologales ni remordimientos. Y así, tras hincar la rodilla ante el Bayern en la semifinal europea, atacó a los «seudomadridistas» que celebran las derrotas y recordó que quedan cuatro jornadas para alcanzar un título de Liga por el que, dijo, «vamos a seguir trabajando solos». Y repitió: «Solos».

Esa enigmática soledad del míster y de sus pupilos ¿a quién va dirigida? ¿Al club que tan generosamente le paga? No parece probable, a la vista del entreguismo del presidente Pérez y su directiva a la hoja de ruta del entrenador portugués, un campo plagado de minas que tan difícil resulta sortear a los valores tradicionales del madridismo. Ya sabía Florentino con quién se estaba jugando los cuartos con el fin último de disputarle la hegemonía aplastante al Barcelona: con un tipo rudo y cuartelero que entre su retahíla de frases gloriosas figura una que no concuerda con las tablas de la ley del club de Concha Espina: «No me adapto a los equipos que voy, sino que ellos se adaptan a mí».

Seguramente, el reproche de Mourinho vaya dirigido a la afición blanca, a la que preferiría más «ultra» al modo italiano o más bulliciosa y bullanguera en las grandes citas al estilo inglés. Han sido frecuentes los desencuentros del portugués con el público del Santiago Bernabeu, al que también pretende a su imagen y semejanza. Olvida Mou que el seguidor de grada merengue es gourmet de paladar exquisito que, acostumbrado a langosta en el plato, detesta el premio de consolación de una ración de gambas a la plancha. Ya debería saber el de Setúbal que el cemento de Chamartín es frío como el marisco congelado. Y que de las derrotas del Madrid nadie sale más derrotado que él mismo. Escribió Cervantes que la ingratitud es hija de la soberbia. ¿Es por soberbia por lo que Mou se manifiesta con frecuencia tan ingrato con los seguidores merengues?

Puede también que ese reproche fuera asimismo dirigido a la prensa deportiva madrileña, de la que pretende un entreguismo similar al que tienen con el Barça, y en tamaño de grandes caracteres, los periódicos de Cataluña. En los mentideros de la canallesca capitalina se decía la pasada noche que la acusación de «antimadridismo» iba dirigida a los comentarios radiofónicos de Jorge Valdano, tan crítico con los planteamientos tácticos y morales del luso como apegado a la defensa de la señorial hoja de estilo del club más laureado de Europa.

De sus soledades viene Mourinho y a sus soledades va, cuando acaba de anunciar que cumplirá su contrato con el Real Madrid, que culmina en 2014. El anuncio es la representación formal de un nuevo pecado de soberbia: no se queda por amor a los colores, sino para ensanchar su currículum. Hasta que no cuelgue otra medalla de Champions en sus charreteras, Mou seguirá. Si hubiera ganado la Décima, no duden que tras la resaca de la final de Múnich habría preparado las maletas.