El primer paso es elegir un enemigo reconocible. Siempre ha sido así. La hoja de ruta de Mourinho tiene fases muy marcadas. El reforzamiento del grupo, uniendo lazos contra un enemigo real o imaginario -árbitros, máximo rival, prensa, estamentos federativos, «seudomadridistas»...-, es la base sobre la que el técnico portugués ha construido sus equipos, un ejército pretoriano en el que sus palabras se convierten en dogma instantáneo. En un vestuario como el madridista, en el que abundan los campeones del mundo y los tipos con personalidad marcada, Mourinho ha encontrado más dificultades que nunca para agregar guerreros a su causa. Los roces con Casillas o Ramos han sido habituales a lo largo de la campaña.

No ocurrió en anteriores capítulos de su vida deportiva. Mourinho logró allá por donde ha pasado dirigir los egos más marcados hacia el objetivo común. Almas libres, como Eto'o o Drogba, acabaron rindiendo pleitesía al luso. Sólo hay que echar mano de la hemeroteca. «Pep es un gran entrenador, pero el número uno del mundo es José Mourinho», comentó Eto'o antes de enfrentarse al Barça. «Sería divertido que Mourinho volviera al Chelsea», expresó Drogba hace algo más de un mes. «Es un entrenador fantástico. Sabía manejar perfectamente el vestuario», lo secundó Terry, otro irascible.

Más ejemplos. Wesley Sneijder, incomprendido por tantos técnicos, dedicó al luso su premio hace dos temporadas como mejor centrocampista de la Liga de Campeones hasta casi hacer saltar sus lágrimas. Las muestras se multiplican: Materazzi -«Mourinho es inimitable»-, Deco -«siempre defiende al grupo y es honesto con los futbolistas»-, Lampard -«ha sido el jefe con más éxitos de este club»...

Pero en el Real Madrid su mayor fortaleza, la unión del grupo, ha encontrado mayores dificultades. Entre la plantilla blanca las alabanzas al portugués siempre se hacen con la boca pequeña. Si se exceptúa el sector portugués, el más afín al técnico. Hace poco Casillas declaró que «si fuera entrenador me gustaría parecerme a Mourinho». Lo dijo con una pausa significativa.

El principal frente de batalla del entrenador con sus pupilos han sido las actuaciones arbitrales. Mourinho nunca ha dudado en valorar a los colegiados. Lo hizo en Portugal, Inglaterra e Italia y ha repetido en España. Cuentan que una de las razones por las que el técnico ha dejado en manos de Karanka la representación del club en las ruedas de prensa fue porque el vestuario no quería seguir su cruzada contra los arbitrajes. La presión exagerada a la que sometió Mourinho al vestuario al final de la temporada pasada era algo a evitar, según los pesos pesados de la caseta blanca.

La primera fricción que trascendió entre Mourinho y la sección nacional llegó con la selección de por medio. Aquella llamada del capitán madridista en agosto del año pasado a Xavi para zanjar las polémicas surgidas tras los enfrentamientos en los clásicos descolocó al portugués, que no contaba con la iniciativa de su capitán para estrechar lazos con lo que él considera el enemigo.

La frase de Casillas después de la eliminación ante el Bayern fue entendida por algunos como el último desencuentro entre ambos. «Hemos pecado de echarnos para atrás después del segundo gol», explicó el portero al final del partido. Lo que sí ha quedado claro en la temporada es que el vestuario blanco no ha sido el búnker de sus anteriores destinos.

Donde sí ha encontrado todo lo que ha solicitado es bajo el amparo de Florentino Pérez, jefe supremo antaño y en un segundo plano desde la llegada de Mourinho, al que ha confiado las llaves de una institución centenaria. No parece del todo satisfecho el luso. En la rueda de prensa posterior a la eliminación ante el Bayern ya dejó algunas pistas: «Los clubes se tienen que adaptar a la evolución. Un coche fantástico de los años ochenta no es igual que en el 2000 y las mentalidades tienen que cambiar, con tranquilidad, con empatía». El año pasado la víctima fue Jorge Valdano. Ahora se esperan nuevos cambios.