Cinco minutos después de las siete el cielo se abrió. Los nubarrones que amenazaban Cornellá se despejaron y el sportinguismo creyó ver un sol radiante. En un minuto mágico marcaron Adrián Colunga y Koné y hasta los más descreídos recuperaron la fe. Una victoria, merecida y trabajada, en Cornellá fue como ver a Lázaro levantarse y echar a andar. Con el Sporting, uno nunca acaba de fiarse del todo. Sólo cuando Trejo y Bilic completaron la goleada y Lázaro echó a correr, el sportinguismo respiró aliviado.

La de ayer fue una de esas victorias que se recordarán durante años si sirve para alcanzar el objetivo de la permanencia. Fue, sin lugar a dudas, el mejor partido a domicilio de la temporada y tiene que suponer un refuerzo moral para un equipo en crisis total de confianza. El Sporting cogió tanto aire ayer, hinchó tanto el pecho, que la visita del Villarreal ya se ve como un trámite para la permanencia. Sería un error de bulto pensar que el objetivo ya está cumplido.

Lo que sí es cierto es que con ejercicios tan conmovedores como el de ayer, la meta se acerca. El Sporting no fue un equipo deslumbrante, pero realizó un trabajo honesto, con sus argumentos, con su punto de ambición, con las dudas que genera. Tanto fue así, que la afición del Espanyol lo despidió con una cerrada ovación, mientras pregonaba a los cuatro vientos que el Sporting es de Primera.

El tanto de Adrián Colunga desató la furia de Cornellá. Primero la del campo contra su equipo y luego la de los propios jugadores periquitos, que se lanzaron contra Juan Pablo en una ofensiva total que no sirvió para conquistar la plaza, pero que exigió que el Sporting se atrincherara en su terreno. Pero fue una trampa en la que el Espanyol cayó de pleno. Tan indefensos vieron a los rojiblancos, que los periquitos se olvidaron de vigilar su espalda y por ahí les llegó la sentencia. Una contra bien llevada por Adrián Colunga y rematada por Trejo, y un gol de Bilic, otro más para su leyenda, dieron al Sporting una tarde feliz como hacía tiempo que no se vivía.

Sin grandes alardes, sin hacer nada extraordinario, los rojiblancos plantaron cara a un rival que juega en otra Liga (no lo digo yo, lo dice la clasificación), al que golearon con contundencia. Fue un resultado justo porque los rojiblancos tuvieron las mejores ocasiones. Bien es cierto que el Espanyol hizo méritos para marcar algún gol, pero al Sporting se le volvió a aparecer Juan Pablo en otra tarde estelar.

Clemente mantuvo el bloque que había ganado al Rayo Vallecano con un pequeño matiz. Sacrificó a Moisés y sitúa a Gálvez por delante de la defensa, más cómo sombra de Verdú que como apoyo para Lora. Hizo lo que pudo el granadino, pero no pudo evitar que Verdú estuviese en la génesis de todas las acciones positivas del conjunto local.

Cuando tenían acogotado al Espanyol, al Sporting le entraron las dudas. Bastaron un par de balones profundos, dos arranques de Verdú y un par de amagos de Coutinho para que a los rojiblancos les entrara el tembleque. Un cabezazo imponente de Gálvez que lamió el poste vino a poner las cosas en su sitio justo antes del descanso. Y después del descanso, llegó la felicidad. El Sporting encarriló el partido a la vuelta de vestuarios y con él encarriló el sueño de la permanencia.