Casi cuesta hasta decirlo, pero al Sporting le supo a poco el empate logrado ayer en San Mamés. A estas alturas de la película no importan el cómo, el dónde, ni el porqué. Lo único que interesa es cuánto. Un punto sumado, un partido menos por delante y seis puntos de desventaja con la permanencia. Ésta es la cruda realidad. El consuelo de las buenas sensaciones, del equipo sólido y bien armado, del digno trabajo realizado ante un rival de los grandes, sirve ya de muy poco. Hace falta sumar de tres para reengancharse a la esperanza.

Aún no había conseguido la Mareona salir de San Mamés, donde fue retenida durante casi 45 minutos por razones de seguridad, cuando la mirada ya se proyectaba en el siguiente partido a vida o muerte. Será el sábado próximo ante el Zaragoza en un Molinón a reventar y de nuevo no se podrá fallar. Así es el día a día del Sporting, un equipo condenado a jugarse la vida cada fin de semana.

Empatar en la Catedral, ante el Athletic actual, no es un resultado menor. Que se lo pregunten a sir Alex Ferguson. Y una vez más no hay nada que reprocharle al impecable planteamiento de Clemente. Nadie se acordó de las bajas importantes de Gregory, Canella y Nacho Cases. Bueno, al centrocampista gijonés, que siguió el encuentro desde el fondo que ocupaba la afición rojiblanca, siempre se le echa de menos cuando no está.

Javier Clemente volvió a mostrar su capacidad para analizar a los rivales y para plantearles el partido que menos les gusta. Ya lo hizo en Barcelona y en casa ante Sevilla y Atlético. El problema viene cuando aparece el cansancio, los futbolistas se desfondan y los cambios suelen empequeñecer al equipo.

Es cierto que el Athletic de Bilbao lamenta un puñado de ocasiones perdidas, pero nadie podrá decir que el Sporting no fue ayer un rival más respetable para un conjunto que se pasea con garbo por los mejores escenarios europeos. No hay ningún equipo que salga ileso de San Mamés, y mucho menos cuando, como el Sporting, llegas en una situación agónica. La prueba más evidente de la digna actuación del Sporting fue el silencio sepulcral con el que se vivieron los últimos minutos en San Mamés, donde sólo se oía animar al Sporting.