Con la perspectiva del tiempo, aquella noche del 15 de junio de 2008 se valorará en su justa medida. Fue una jornada histórica para el Sporting, que ascendió a sus dos primeros equipos. Para el club gijonés fue el sexto ascenso de su historia a Primera División. Para Manuel Preciado, que llegó a Gijón con fama de especialista en subir equipos, fue el quinto de su trayectoria profesional como técnico. Quizá el más importante. El Sporting al que subió Preciado estaba muy lejos del potencial y la superioridad que demostró el Levante de la temporada 2003-04.

El ascenso se consumó en aquel partido ante el Éibar en El Molinón, pero se sufrió una semana antes sobre el césped de Castalia. Una Mareona de casi 2.000 sportinguistas había cruzado España ante la posibilidad de que el Sporting certificase su ascenso en la lejana Castellón. Su equipo, que tan pronto les regalaba una alegría inesperada como les golpeaba con una desilusión monumental, fracasó trágicamente. El Sporting fue incapaz de superar a un Castellón al que nada le iba en el envite. El partido se jugaba simultáneamente con el que dirimían en Mendizorroza el Alavés y la Real Sociedad, rival directo de los rojiblancos. Los donostiarras hacían sus deberes y el sportinguismo lloraba en la grada mientras sus jugadores yacían sobre el césped. Y de pronto, la Mareona rugió, invadió el césped, levantó a sus héroes y celebró, por dos veces, los goles de los asturianos Jairo y Adrián López para el Alavés. En unos segundos, se pasó de la tristeza más absoluta a una euforia desordenada, festiva, alegre. Una felicidad regada de lágrimas por la tensión que acumulada que resumen, en unos minutos, seis años de Preciado al frente del Sporting.