Mario D. BRAÑA

Se suceden los temporadas, pasan los partidos, y el Barcelona sigue bailando al ritmo que marca Messi. Cuando papá Leo pasa mala noche, el Barça sufre. Si todo está en orden, si los duendes del fútbol no enredan, el argentino deja un puñado de perlas que le hacen acreedor al trono de los más grandes de todos los tiempos. Como ayer se dio el segundo supuesto, el Zaragoza no tuvo nada que hacer en el Camp Nou. Lo creyó durante un suspiro, en los cuatro minutos que hubo entre el empate a uno y el 2-1, pero en seguida apareció Messi para marcar la diferencia con una jugada que dio el gol casi hecho a Song. Los otros dos llevaron su firma, lo que le acerca un poco más al récord histórico de «Torpedo» Muller, que marcó 85 en 1972. Messi ya va por 78 y le quedan diez partidos para inscribir su nombre en otra marca estratosférica.

«Este partido lo hubiese ganado el que hubiese tenido a Messi, y lo tienen ellos». Lo dijo Manolo Jiménez ayer y seguro que lo habrán pensado muchos equipos después de medirse al Barcelona. Por lo menos los que se hayan desplegado con la grandeza del Zaragoza, que salió del Camp Nou con la misma sensación que quince días antes del Bernabeu: demasiado fútbol para tan raquítico resultado. Al menos ayer tuvo el premio de un gol, en otra acción que avivará el debate sobre el agujero defensivo azulgrana. Y eso que con la pareja de centrales más genuina, Piqué y Puyol, hubo más sensación de firmeza.

La alineación no dejó lugar a dudas sobre la importancia que Tito Vilanova le dio al partido. Puede ser, a expensas del trueque Busquets-Son y la vuelta de Alves a su mejor nivel, el «once» destinado a las grandes ocasiones. Con ese armazón, el Barça jugó a tirones, sin la continuidad ni el monopolio del balón que le caracteriza.

Un eslalon de Jordi Alba rompió el partido, Messi mediante. Respondió el Zaragoza, hasta que un mal despeje de Montoya permitió el remate franco de Montañés que, tras rozar en la bota de Puyol, batió a Valdés. Messi lo arregló con una prueba de habilidad y un pase de la muerte para el gol de Song. Y el argentino evitó cualquier sofoco con uno de esos remates que más parecen un pase a la red, tras una correría de Montoya. De inmediato, Villa se pudo ir a descansar con las ganas de lograr su gol 300 y el partido murió lentamente.