En la memoria colectiva del oviedismo ocupa lugar preferente el delantero leonés Mariano Arias Chamorro, «Marianín», un fichaje que llegó sin hacer apenas ruido, pero que se reveló de lo más eficaz. En su haber encontramos un trofeo «Pichichi» de Primera División (en la Liga 1972-73), la autoría del gol 1.000 del Oviedo en la máxima categoría y algún que otro pasaje que ya se incluye entre los más brillantes que haya protagonizado un futbolista del club azul. Especialmente memorable resultó su tarde de acierto rematador en un templo futbolístico como San Mamés, donde fue capaz de hacerle tres goles al legendario Iríbar en un espectacular partido que terminó en 3-3.

Marianín era la sobriedad personificada en el área. Como apenas participaba en la elaboración de la jugada, daba la impresión de una cierta invisibilidad, pero en realidad él siempre estaba allí, atento, dispuesto a saltar como un resorte para llegar a cualquier balón que transitase por las inmediaciones de la portería. Con esas fugaces pero letales acometidas se ganó el sobrenombre de «El jabalí del Bierzo», por el que ya era conocido cuando en el verano de 1972 llegó al Oviedo procedente de la Cultural Leonesa. Tenía 26 años y no faltaba quien temía que ya hubiese dado lo mejor de sí, pero bien pronto se disiparon las dudas. Marianín formó con Quique Galán un temible dúo atacante, de auténtico lujo, para un equipo recién ascendido y que centraba sus aspiraciones en la permanencia. La realidad es que el Oviedo había reunido a dos de los mejores goleadores de la campaña anterior en Segunda, donde el valenciano había sido «Pichichi», con 22, y el leonés, tercero, con 18.

Desde luego, al ariete leonés no le faltaban méritos para subir un peldaño en su carrera y jugar en Primera. En la Cultural se había revelado como el delantero clave que con sus tantos había llevado al equipo hasta la quinta posición, a un paso del ascenso. Personalmente, tuve ocasión de verle golear unos meses antes de su fichaje por el Oviedo. Durante el servicio militar en el Ferral del Bernesga, un acuartelamiento próximo a León, asistí a animadas charlas deportivas en la plana mayor del batallón. Allí conocí a un profesional de la milicia de grato recuerdo, el sargento Zazo, que fue el primero en ponerme sobre la pista del «Jabalí». Zazo había quedado impresionado con el berciano en un vibrante partido entre la Cultural y el Zaragoza, disputado, por cierto, sobre un Antonio Amilivia totalmente nevado. Los maños habían llegado a situarse con la que parecía definitiva ventaja de 0-3 al descanso, pero Marianín capitaneó la reacción local aportando un par de goles al empate final de 3-3. Para mejor valorar lo que hizo aquel día el «9» leonés hay que considerar a quién tenía enfrente. Tenía nada menos que a Violeta, defensa internacional y el único futbolista de Segunda División al que Kubala seguía llamando a la selección.

«Tienes que bajar algún domingo a León; te va a gustar el equipo y sobre todo la delantera, que es buenísima», me animaba Zazo. Le hice caso y, en efecto, me gustó mucho aquella Leonesa, un conjunto de fácil transición por el centro del campo y gran poderío goleador. Una alineación habitual era ésta: Bernardo; Godoy, Maño, Piñán, Paredes; Roldán, Villafañe, Larrauri; Ovalle, Marianín y Zuazaga. Tres de ellos se vinieron al Oviedo: Marianín, en el verano de 1972, y Villafañe y Piñán, al año siguiente.

Marianín continuó marcando goles en el Oviedo, sin que llegase a extrañar ni el cambio de equipo ni el salto de categoría. Junto al logro colectivo de la permanencia, se anotó el personal de que sus 19 goles le valiesen para adjudicarse el trofeo «Pichichi». Un éxito éste que en el club azul no se conocía desde que en 1936 Isidro Lángara ganase el tercero de sus galardones. Contemplado desde la perspectiva actual, cuando vemos cómo Messi o Cristiano anotan dobletes y tripletes casi todos los domingos, el registro de Marianín en la Liga 72-73 puede parecer modesto. Pero no lo es si lo llevamos a su contexto. Marcó más goles que nadie jugando en un equipo que no era de los grandes, superó a competidores de la talla de Santillana, Gárate, Amancio o el mismísimo Quini -que no iniciaría hasta un año después su colección de trofeos-, y se las tuvo tiesas con algunos de los defensas más duros que jamás hayan pisado los campos españoles. En aquellos primeros años setenta podría decirse que ser delantero era profesión de riesgo. Además, fue cuando apareció la figura del líbero, con lo que podía suceder que el central marcador te dejase tocado y el líbero te rematase. Concluyendo, que el área era territorio hostil y allí ejercían su tiranía nombres cuya sola enumeración todavía infunde respeto: Cayuela y Babiloni (Castellón), Benito (Real Madrid), Gallego (Barcelona), Espíldora (Racing de Santander), De Felipe (Español) y, sobre todo, Aguirre Suárez y Fernández (Granada), ambos considerados la sublimación de la dureza sobre un campo de fútbol.

Aunque Marianín marcaba goles con cierta regularidad, hubo una tarde concreta que le consagró: la del 26 de noviembre de 1972. La historia había citado ese día en un templo futbolístico como San Mamés a dos equipos de solera, Athletic y Real Oviedo, que ofrecieron un espectáculo formidable, fajándose a golazo limpio. Al descanso ganaban los locales por 2-0, pero el Oviedo no estaba entregado. En una segunda parte digna de recordar, de las mejores que se le han visto, el equipo azul fue capaz de dar la vuelta al marcador. Lo hizo con goles de Marianín, que en sólo 20 minutos batió tres veces al legendario Iríbar. El berciano lograba así trasladar al marcador todo el torrente de fútbol ofensivo del equipo y en particular de sus jóvenes extremos, Javier y Uría. El encuentro bien hubiera podido terminar en 2-3, pero a dos minutos del final Lasa establecería el empate definitivo. Con todo, el Oviedo había mostrado de lo que era capaz en un gran escenario futbolístico como la «Catedral», donde únicamente los mejores conseguían brillar.

Anteriormente, sólo el quirosano Marcial Pina -en 1966, jugando en el Español- había sido capaz de marcarle tres goles al «Chopo» en San Mamés. Marianín fue el segundo y último, porque ya nadie más pudo repetir tal proeza. Ésta fue la alineación que dispuso Toba en tan señalado partido: Lombardía; Carrete, Tensi, Chuso, Manuel Enrique; Jacquet, Iriarte, Bravo; Javier, Marianín y Uría. Ya casi al final, Galán suplió al trigoleador Marianín.

El oviedismo quedó impresionado por el resultado y por el acierto del «Jabalí», un jugador que había llegado como de puntillas, pero que desde ese triplete de San Mamés ganó en consideración a los ojos de la España futbolística. Hasta Kubala reparó en él, haciéndole internacional al año siguiente en un partido contra Turquía.