Decía Aristóteles que los enemigos entre sí no tienen en común ni siquiera el camino. Es fácil darle la razón a Aristóteles si hacemos caso a las acusaciones de Callejón, ese elegante jugador blanco, con las que intenta convertir a Messi en un peligroso acosador capaz de llamar «bobo» a Arbeloa en el parking del Bernabeu y de referirse a Karanka como «muñeco de Mourinho» en el túnel de vestuarios. Barça y Madrid no tienen en común ni siquiera el camino, ni mucho menos el callejón, a los vestuarios o al autobús. Que sea precisamente un jugador apellidado Callejón el que habla de lo sucedido en el parking y el túnel de vestuarios del Bernabeu no deja de tener gracia. Pero lo que no tiene maldita la gracia es que las supuestas agresiones verbales de Messi (dicen que dijo «bobo» y «muñeco», qué fuerte) sean más noticia que el juego subterráneo de Xabi Alonso, los insultos racistas o los puñeteros punteros láser.

Las patadas de Alonso tienen que ver con el fútbol que le gusta a Mourinho, ese elegante entrenador blanco, y poco se puede hacer mientras los árbitros no entiendan que Alonso es Pepe con un buen asesor de imagen. En cuanto a los insultos racistas y los punteros láser, no tienen nada que ver con el fútbol, ni con Los Otros, ni con el Barça, ni con Alves, ni con los ojos de Messi o de Ronaldo. Tienen que ver con la gigantesca ignorancia de unos cuantos aficionados al fútbol que lo confunden todo porque no saben nada. Podemos discutir si Florentino Pérez, ese elegante presidente blanco, es el visionario que fichó a Kaká o el genio que se cargó a Del Bosque, pero hay mucho más que discutir con un tipo que hace ruidos raros cuando un jugador negro (del equipo contrario, por supuesto) toca el balón o que apunta su láser a los ojos de un delantero rival. El problema no es que haya aficionados que hacen ruidos raros y que van a un campo de fútbol con un puntero láser, sino que los aficionados que los rodean se callen y permitan, con su pasividad, que los insultos racistas y los punteros láser ya formen parte del fútbol como las amapolas forman parte del campo o la corrupción de la política. Se puede perdonar la estúpida ignorancia del racista o del que intenta deslumbrar a un jugador, pero el silencio de los que nos sentamos al lado de esos ignorantes es imperdonable.

No me preocupa ese señor que hace ruidos raros cuando Alves corre por la banda derecha o que apunta su láser a los ojos de Messi antes de lanzar una falta. Me preocupan todos los demás que permitimos que sucedan estas cosas. Se puede ser ignorante. No se puede ser cómplice. Educación para la futbolería, impartida en la grada por los aficionados de verdad al fútbol. Es urgente.