Oviedo, Mario D. BRAÑA

Ahora que la Copa de hockey sobre patines se vuelve a acercar a Oviedo, no está de más recordar que hubo un tiempo, a principios de la década de los 80 del pasado siglo, en que sólo un equipo asturiano discutía el dominio catalán. Una excepcional generación de jugadores de la cantera permitió al Club Patín Cibeles competir con los mejores y alcanzar la cima en la final de la Copa del Rey de 1980 en Salamanca, frente al Barcelona, saldada con un inesperado 4-0 para el equipo entrenado por Andrés Caramés. Tres de los integrantes de aquel equipo, el guardameta Ismael y los goleadores Veiga (3) y Juanchi, revivieron para LA NUEVA ESPAÑA la felicidad de aquel 24 de junio en que supieron reinar.

Javier Veiga fue el capitán que guió al Cibeles a su primera y única Copa. Tras superar al Noya en la semifinal, el equipo ovetense llegaba a Salamanca como víctima frente al «mejor Barcelona de la historia», base de la selección española campeona del mundo. Llegaron a la final sin presión: «No teníamos nada que perder». Y, además, el planteamiento salió perfecto. «Nuestra baza era aguantar atrás y salir al contragolpe, en lo que éramos muy buenos», destaca Veiga. Más que su puntería, Veiga destaca al guardameta Ismael: «Lo paró todo».

Ismael Mori devuelve el cumplido: «Siempre estuve muy bien protegido y obligaban a los jugadores del Barça a disparar desde lejos. Tuvimos mucho mérito porque hacía dos o tres años que nadie dejaba al Barça a cero». Para reforzar el planteamiento cibelista fue importante el gol que abría la lata, de Juanchi, a los dos minutos. «A un partido puede pasar de todo», explica Juanchi para destacar que el formato copero actual da menos opción a la sorpresa: «Ahora hay que ganar tres partidos seguidos, por lo que lo lógico es que se impongan los favoritos». Tan inolvidable como la final y el ambiente del pabellón fueron las celebraciones y el recibimiento en Oviedo, que parecía reservado sólo para futbolistas.

Los tres históricos consideran irrepetible un equipo como el Cibeles porque ahora los mejores emigran. «Éramos un grupo de amigos que estudiaba o trabajaba y los fines de semana jugábamos al hockey. Aún hoy organizamos cenas», apunta Veiga.