Si como dicen, el fútbol es un estado de ánimo, el Sporting es un equipo feliz. Habrá que ver si esa alegría alcanza para llegar al objetivo con la misma pujanza con que los de Sandoval van despachando rivales. La distancia aún es grande, pero el Sporting está haciendo tanto ruido que los equipos de la zona de promoción ya se amarran los machos. Todos miran de reojo hacia El Molinón. A base de victorias (cinco en los últimos seis partidos, que se dice pronto), el campo ha recuperado la fe. Ya no se teme a nadie, la Mareona vuelve a creer en su equipo. Y el apoyo del sportinguismo, que ha vuelto a centrar el objetivo en lo que de verdad importa, aparcando las batallas perdidas por muy idealistas que fueran, da muchos puntos. Se vio ayer en El Molinón, donde la grada volvió a interpretar su papel y terminó señalando a los héroes de la remontada.

El Castilla fue un rival más sólido de lo esperado, aunque se deshizo cuando la cosa se puso seria y se perdió en braceos y caprichitos de niño consentido, y el Sporting tampoco hizo el partido del año. Con muy poco sacaron adelante un partido más. O un partido menos, según haga las cuentas cada quien. De nuevo Cuéllar tuvo una actuación determinante, cuando su equipo dio varios pasos atrás y consintió algunas llegadas clamorosas que no terminaron en gol por el talento del extremeño y la inocencia de los atacantes.

El partido ante el Castilla no será recordado a final de temporada, pero todo suma y ayuda a completar una racha impresionante. Tres victorias seguidas y quince puntos de los dieciocho últimos. Son números de aspirante y demuestran que la cosa va en serio. La ovación de la noche fue para el delantero del Guadalajara Juanjo, cuyo gol permite por fin recortar la desventaja con Las Palmas a cinco puntos. Queda pendiente jugar en el estadio Insular, uno de esos partidos a cara de perro en los que el Sporting ha demostrado que sabe manejarse como nadie.

En otro momento de la temporada, seguramente el Sporting no habría ganado el partido de ayer. Ahora sí. Ahora que la confianza rebosa el balde y que los futbolistas sienten que pueden con todo, el Sporting ha aprendido a competir. Con sus defectos, que los sigue teniendo, pero con sólidos argumentos incontestables. Y con un portero que es la envidia de la categoría y de muchos equipos de Primera División. Cuéllar está haciendo demasiado ruido y quizá la única opción de que siga en el Sporting pase por lograr el ascenso.

Todo equipo campeón necesita ganar partidos grises, como el de ayer. En realidad, hubo dos Sporting distintos. En la primera parte, fue un equipo sólido, bien armado, que no permitió a su rival ni un solo remate entre palos y que pisó con intenciones alevosas el área rival. Llegó el gol en una acción de estrategia tan bien trabajada, que la repitieron en el segundo tiempo; pero pudo llegar mucho antes. Santi Jara se vino arriba en una ocasión clamorosa generada por Trejo, quiso remedar en casa el golazo de Almería y picó el balón por encima del larguero en un arranque de egoísmo, ignorando que David Rodríguez se encontraba en posición propicia para adelantar al Sporting. Un error infantil que no puede repetirse si quiere hacer carrera en el fútbol profesional. Al descanso, el solitario gol de Canella, que ayer se destapó como eficiente cabeceador, parecía corto. El Sporting se merecía llegar al entreacto con el partido resuelto, evitar el drama por un día.