Si Albert Einstein estuviera vivo, le veríamos en algún capítulo de la serie «Bing Bang» haciendo chistes a costa de Sheldon, escribiría libros de divulgación científica que se venderían tan bien como los de Stephen Hawking y, sobre todo, sería seguidor del Barça. Einstein culé, para envidia de todos los madridistas. ¿Y por qué Einstein sería del Barça? Porque el Barça es un equipo finito y a la vez ilimitado, y eso le habría encantado a Einstein. El Barça es finito porque su plantilla es riquísima pero finita. Pero el Barça es un equipo ilimitado no sólo porque es capaz de superar las lesiones de Puyol y Mascherano poniendo como central a Adriano, sino porque tiene un jugador sin límites capaz de resolver un partido de cuartos de final de la Liga de Campeones subiéndose las medias en el banquillo. Ese jugador es Messi.

Sostengo que el Paris Saint Germain jugó no bien, sino muy bien, en el Camp Nou hasta que los jugadores del equipo francés vieron a Messi subirse las medias. Antes de pisar el césped, antes de salir a calentar, antes de quitarse el chándal, antes de que la afición azulgrana aclamara a su ídolo, Messi sembró el pánico en el PSG con el sencillo gesto de subirse las medias. Decía Platón que la ciencia no reside en las impresiones, sino en el razonamiento que se hace sobre las impresiones. Puede ser. Pero los jugadores del PSG no razonaron sobre sus impresiones al ver que Messi iba a salir a jugar muy cojo, muy tocado, muy justito y muy lejos del gran Messi al que estamos acostumbrados, sino que se dejaron llevar por la sensación de enfrentarse al mejor jugador del mundo en su casa. El PSG no razonó y, en una sola jugada, Messi descolocó a la defensa parisina, pasó el balón a Villa, que se lo cedió a Pedro. Gol del Barça. Eliminatoria superada. El Barça finito que se queda sin recursos ante la presión del PSG, la clase de Ibrahimovic y la velocidad de Pastore es también el Barça ilimitado que sólo necesita que Messi se suba las medias para solucionar un partido que olía a muerto desde el minuto uno. ¿Qué se puede hacer ante un jugador capaz de ganar un partido desde el banquillo? Nada.

El universo azulgrana, como el universo de Einstein, es finito e ilimitado. Y la gravedad de Messi es tan intensa que el espacio se curva como una esfera cuando tiene la pelota o cuando se sube las medias en el banquillo. Dios no juega a los dados con el universo, dice el Einstein culé mientras guiña un ojo a Messi.