Se cumplen ahora veinticinco años de la eclosión de un grupo de magníficos futbolistas asturianos a los que se conoció como los yogurinos de Mareo. Nacidos entre los años 1969 y 1971, para 1988 el cuadro técnico del club gijonés ya sabía que disponía de una generación llamada a hacer historia en el fútbol español. Un entrenador de la casa, Carlos García Cuervo, los agrupó en el primer filial, el Sporting Atlético, que entonces militaba en Tercera División. Aquel Sporting B fue probablemente el último gran equipo cargado de figuras que militó en Tercera. La División de Honor juvenil y la Segunda División B impedirían que un fenómeno similar se repitiese en adelante.

El sportinguismo estaba prendado de aquel grupo, pletórico de juventud, de buen fútbol y firme promesa de un magnífico futuro para el primer equipo. La colocación y el poderoso salto de Abelardo, el toque de Ovidio y de Tomás, la velocidad y el gol de Luis Enrique y de Javi Manjarín? allí había de todo para disfrutar en el presente y en el futuro. Recuerdo un caso en el que el proverbial grandonismo gijonés apareció en su máxima dimensión. En 1990 y con la afición de El Molinón ya encandilada con Luis Enrique, comenzaron a surgir los primeros rumores de un traspaso al Madrid que se concretaría al año siguiente. Pues bien, los más enterados de lo que había en la cantera, los habituales de Mareo, no sólo no estaban temerosos de su marcha, sino que sacaban pecho diciendo: «No importa si se va, ya tenemos en el filial a otro tan bueno, si no mejor que él». Ese cartucho en la recámara era otro gran delantero en ciernes, Juanele, apodado «el pichón de Roces» y que ya daba muestras de que volaría alto. En 1991 subiría al primer equipo.

Quintos en Primera... y a Europa. A diferencia de lo sucedido diez años atrás, cuando en los setenta el club había logrado conservar a sus mejores jugadores, ahora se vio abocado a una sucesión de traspasos. Luis Enrique (al Madrid, en 1991, por 250 millones de pesetas), Abelardo (al Barça, en 1994, por 275 millones), Juanele (al Tenerife, también en 1994, por 300 millones más el fichaje de Pier) fueron las bajas más significativas.

Eso sí, a aquel magnífico grupo le dio por lo menos tiempo de devolver al Sporting a la competición europea. En la campaña 1990-1991 los yogurinos ya estaban en sazón y, de la mano de Ciriaco Cano, terminaron en un magnífico quinto puesto en la Liga de Primera, lo que implicaba el derecho a jugar la Copa de la UEFA. Un gran éxito que, transcurridos veintidós años, no volvió a repetirse.

Hace ahora veinticinco años, en 1988, presencié el magnífico partido que despacharon en el desaparecido campo de Las Torres contra el Pumarín. El resultado fue de 1-6, aunque puedo decir que era lo de menos. El recinto registró una de sus mejores entradas en una matinal donde hasta el público tenía usía. Por cierto, que el árbitro de aquel encuentro de Las Torres fue el langreano Mejuto González.

Oro en Barcelona-92. Andando el tiempo, los aficionados llegarían a considerar como algo suyo a aquel magnífico grupo de deportistas. Y luego estaba todavía una satisfacción posterior, cuando veían que llegaban incluso a cotas internacionales. Cotas que en el caso de los yogurinos también alcanzaron y además al máximo nivel. Dirigidos por un seleccionador de tan exitosa vinculación al fútbol asturiano como Vicente Miera, tres de ellos -Abelardo, Luis Enrique y Manjarín- conseguirían con el equipo nacional la medalla de oro en Barcelona-92. Fue probablemente la apoteosis colectiva de aquella brillante generación, aunque luego varios de ellos seguirían consiguiendo numerosos éxitos a nivel de club.

Una alineación habitual de aquel Sporting Atlético que fue campeón de Tercera, el de los yogurinos, era la formada por: Rogelio; Arturo, Abelardo, Raúl, Cudi, Tuto, Ovidio, Tomás, Luis Enrique, Alberto y Javi Manjarín. Todo un equipazo.