El partido arrancó viciado. Los peores pronósticos se confirmaron, Roberto Canella no superó sus molestias musculares y se cayó de la convocatoria. El viernes, lateral y entrenador, tuvieron una larga charla antes de retirarse a los vestuarios. Mientras Luis Hernández, Pedro Orfila y Álex Menéndez, lateral específicos todos ellos, se mordían las uñas siguiendo el partido por televisión desde Gijón, Borja López afrontaba un día duro. Sandoval llevaba semanas rumiando la idea de usar como alternativa a Canella y decidió jugársela el día menos indicado.

El vivo de Álvaro Cervera leyó la jugada y cambió de banda a Saúl, un extremo a la vieja usanza que buscó todas las carencias de Borja en una posición para la que no está dotado. Para mayor escarnio, Carpio ayudó a Saúl con muy buen criterio y Borja capeó el temporal como pudo. En defensa fue tirando, pero cuando le tocó incorporarse al ataque quedó claro que no era lo suyo. Con una banda perdida (Sangoy tampoco hizo acto de presencia), el Sporting cargó por la derecha. Lora y Santi Jara se convirtieron en el único argumento ofensivo y el Sporting se volvió previsible. Demasiado como para inquietar a un rival sólido y bien armado como esta Ponferradina. El primer tiempo fue un bodrio infumable, que se saldó con una ocasión para cada bando. La iniciativa fue local y el Sporting jugó como si le valiera el empate.

Al descanso, Sandoval estiró las orejas de sus futbolistas y el Sporting pareció salir decidido a buscar la victoria. En apenas quince segundos llegó la mejor ocasión rojiblanca. Santi Jara dibujó una diagonal hacia dentro y trazó un pase con el exterior hacia Bilic. El croata se deshizo del ex rojiblanco Samuel con una maniobra de viejo zorro y armó un punterazo al bote que se estrelló en el poste y se marchó fuera. Incomprensiblemente, los rojiblancos no insistieron. Cuando habían logrado meterle el miedo en el cuerpo a su rival volvieron a dejarse ir y la Ponferradina se recompuso.

La cosa pintaba mal y la desgracia se consumó en un córner aparentemente inocente. El treviense Saúl tocó en corto para Acorán, quien, defendido mal por Sangoy y Bilic, serpenteó por el área hasta armar su disparo. Alán Baró ganó la acción a Borja y se interpuso en la trayectoria del balón para desviarlo a la red.

A partir de ahí, al Sporting y a su entrenador les entró un frenesí que los llevó a la precipitación. Una defensa de tres, el campo lleno de atacantes y nada de criterio. Ésa fue la derrota que consumó el hundimiento rojiblanco. Tras el toque a rebato, el Sporting no fue capaz de crear ni una sola oportunidad de gol. La Mareona contemplaba atónita cómo a su equipo se le escurría entre los dedos su última oportunidad. La decepción era manifiesta al final del encuentro. La derrota de Ponferrada fue la guinda de un año errático y desperdiciado por el Sporting.

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