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El hombre que caminaba por los aires

El papel rompedor del desaparecido atleta asturiano

Será difícil olvidar aquellos brazos fuertes pidiendo palmadas al público a ritmo creciente. Luego su melena de mosquetero al viento y, en nada, unas poderosas zancadas al aire que lo llevaron más lejos de lo que ningún español había saltado nunca.

Los que ya vamos teniendo una edad no podremos olvidarlo porque, si dejamos unos cuantos Tour de Francia al margen, ver a un español protagonista de los telediarios deportivos no era frecuente a finales del siglo XX. Ver a un asturiano, un sueño.

Eso no les pasa a los jóvenes de ahora. ¡Cuánto refalfio! diría mi madre. Se han criado en ese período dorado, entre 2008 y 2012, en el que se ganaron Copas Davis; que disfrutamos de la mejor selección de baloncesto del mundo FIBA, de ciclistas como Alberto Contador, del mejor piloto de Fórmula 1, de todos los títulos imaginables del motor y, por supuesto, de la mejor selección mundial de fútbol.

Yago venía de otros tiempos. Huía del eco lejano de aquel país sin instalaciones deportivas en el que, de la nada, aparecía un genio como Severiano Ballesteros, Manolo Santana o Ángel Nieto. Algo inexplicable. La paradoja también lo acompañó a él, crecido en una ciudad casi sin instalaciones de atletismo, pero con la benemérita Asociación Atlética Avilesina para darle modesta cancha. Era una tierra de reconversiones y planes Urban, donde la dinamita se llevaba las viejas plantas siderúrgicas, sustituidas por polígonos industriales de incierto futuro.

Desde allí Yago Lamela saltó más que nadie hasta convertirse en uno de los mayores talentos que ha dado el atletismo español. Y eso era bueno en un lugar como Asturias, sonado entonces, sin saber cómo afrontar el tercer milenio. Yago mostraba otros caminos; era un ejemplo. Un paisano nuestro que se asomaba entre banderas a balcones oficiales para recibir los vítores de sus vecinos. Que firmaba en libros de honor acompañado por el ruido de cohetes y voladores. Que, con el pecho forrado por una medalla y el corazón lleno del reconocimiento mundial, había dado ese salto definitivo que a su tierra se le resistía.

Le faltó fortuna para llegar tan lejos como sus deseos querían. Aún así su gesta de entonces fue tan grande como su tragedia de ahora y merece el mejor recuerdo, pues Asturias, que para eso se pinta sola, ya lo había olvidado. Al final, para lo malo, Yago demostró ser de Avilés: una ciudad con mala suerte. Un lugar que, cuando va a dar su salto definitivo, siempre acaba quedándose corta.

Así le pasó a Yago Lamela. Sus ingrávidas zapatillas llegaron más alto que su capacidad para ser feliz. Miremos hacia arriba. El recuerdo de aquel guaje colosal siempre estará caminando por los aires.

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