Entiéndase la Copa como un torneo de menor importancia en la lista de prioridades azules. Tan poca, que incluso Somozas gana en peso a Anoeta. Asumida la Copa como premio añadido en un año que tiene el ascenso como objetivo indiscutible. Desde esa perspectiva el Oviedo dio la cara ante un rival de Primera, de los que el año pasado se ganaron participar en competición europea.

También queda la duda de saber qué hubiera pasado con otras cartas. Egea optó en los dos partidos por futbolistas con menos protagonismo y el equipo se resintió. No en actitud, sí en fútbol. Con todo, el Oviedo puede sentirse orgulloso de su paso por la Copa. Especialmente si el plan sale según lo previsto: con sonrisa de tres puntos ante el Somoza el sábado.

La Real desafió al ambiente gélido (más por el poco calor de su afición -menos de 10.000 espectadores- que por la temperatura) metiéndole revoluciones al partido desde el principio. Finbogasson, ese delantero islandés por el que la Real pagó en verano 7.5 millones de euros (la globalización tiene estas cosas), tuvo las dos primeras. En la primera Canales le filtró un balón de oro pero Magunazelaia repelió con el pie. Al minuto siguiente se repitieron protagonistas. Finbogasson demostró ser como esos estudiantes dispersos que tampoco aciertan en la recuperación.

Se estiró algo el Oviedo, consciente de que el inicio sería para la Real, dos categorías de ventaja en la competición liguera. Al primer claro, intentó morder. Señé divisó el área y soltó un latigazo abajo que Rulli despejó con apuros a córner. Replicó la Real. Rubén Pardo chutó una falta desde la frontal pero Magunazelaia, formado en Lezama, respondió ágil.

El partido era de la Real, no había duda alguna, pero algo parecía indicar que el paso de los minutos beneficiaría a los carbayones. Claro, que el guión también incluía algún susto donostiarra de vez en cuando. Ocurrió a los 28 minutos. Pardo dibujó un servicio medido a la espalda de la defensa. Hervía prolongó al centro y Finnbogasson, sin oposición, empujó a la red. Fue su primer gol en partido oficial con la Real.

Jonathan Vila tuvo el empate en un remate de cabeza

Al Oviedo no le impresionó el escenario, porque tampoco encontró la intensidad que se le supone a un equipo clasificado para competición europea, pero nunca llegó a sentirse cómodo en el campo. También parece comprensible. Egea, en su política de tratar la Copa como un regalo añadido, optó por dar minutos a los futbolistas con menos kilómetros en las piernas. Quizás a consecuencia de la elección de piezas, el estilo tampoco fue el habitual. Al Oviedo le tocó defender en su campo y esperar una rendija.

La Real pareció relajada tras el gol. Hasta el descanso no se constataron más aproximaciones de los donostiarras. Tampoco del Oviedo, que no pareció sentirse del todo incómodo con el 1-0. A fin de cuentas, un gol le daba el pase.

En la segunda mitad Egea (desde la grada) introdujo una novedad sin necesidad de mirar al banquillo. Sergio García, velocidad como arma, acompañó a Cervero en la punta de ataque y Señé, más lanzador que finalizador, se acomodó en la izquierda. Con dos delanteros y la presión más arriba, los de Egea dieron un pasito adelante. Y gozaron de la suya. Fue en un centro lateral que Vila peinó con el flequillo y Rulli despejó con la punta del guante. Un error aislado de Omgba en la salida dejó a Finnbogasson solo ante la meta pero se durmió en la definición.

Allyson sustituyó a Cervero buscando explosividad, pero la respuesta de la Real fue letal. Elustondo se incorporó al ataque y probó desde lejos, Gorka respondió pero Finnbogasson sí estuvo atento esta vez para cazar el remate. El 2-0 dejaba el pase del Oviedo a un abismo de distancia.

Tampoco entonces se dio el equipo carbayón por vencido. La eliminatoria estaba lejos pero el orgullo intacto. La trayectoria liguera también ayuda cuando las cosas no salen como uno se imagina.

Los últimos acercamientos de los de Egea fueron por parte de Señé y de Sergio García, aunque sin tino. En la balanza de la eliminatoria, el Oviedo sí mereció algún acierto ante la meta donostiarra.

Los azules cerraron su participación en la Copa con motivos para sonreir. El más claro, que la afición hace tiempo que está preparada para el regreso a las cotas más altas. Ayer fueron 500 en San Sebastián los que se encargaron de recordarlo.