Desde las 23.59 horas del lunes 31 de agosto ya sabemos que entre las capacidades sobrehumanas de ese ser superior conocido como Florentino Pérez no está la de detener el tiempo. Acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo, a comprar o vender con un chasquido de los dedos, al presidente/director deportivo del Real Madrid se le paró el reloj. Tuvo todo el verano para solucionar la gran operación de la temporada, pero prefirió dejarlo para el último minuto de la última hora del último día del mercado. Le dijo a De Gea que tranquilo, que confiase en él. Le dijo a Keylor Navas que tranquilo, que lo quiere mucho. Le dijo a Benítez que tranquilo, que ya veríamos. Y así fueron pasando los días de julio y de agosto, mientras sus voceros transmitían confianza al madridismo. Que al final, como había ocurrido con Modric, con Bale, con Kroos o con James, el ser superior se saldría con la suya. Pues esta vez no. Esta vez, el dios del tiempo se impuso al rey de los sobrecostes. Y dejando un rastro de desolación: De Gea, frustrado; Navas, despreciado; y el madridismo, desconcertado.
