El jueves 10 de septiembre, Dirk Nowitzki abandonó el Berlín Arena con lágrimas en los ojos. Con 37 años, acababa de escapársele el último aliciente de su carrera deportiva: la clasificación para los Juegos Olímpicos del año que viene. Pau Gasol había atrapado el rebote decisivo tras el fallo de Schröeder en el tiro libre que pudo suponer la prórroga, mientras Mirotic sujetaba descaradamente de la camiseta al fenómeno alemán. O sea, que la historia de esta semana fantástica del baloncesto español podría haber sido otra. A estas horas, Gasol no sería un héroe nacional, una figura manoseada por unos y otros para los intereses partidistas y España no podría defender en Río su podio olímpico. Y, sin embargo, Pau Gasol seguiría siendo tan extraordinario deportista y una persona tan cabal como se ha pregonado desde su exhibición frente a Francia. Por eso, si dentro de un año o dos Gasol abandona una cancha con la cabeza gacha y los ojos humedecidos, como lo acaba de hacer Nowitzki, sería deseable que los cantores de gesta tuviesen un mínimo de memoria.