No era el más rápido, ni el más fuerte, ni el más técnico, pero a su manera fue el mejor del Madrid y de la selección española durante una década. Aunque algunos ya lo habían licenciado cuando se despidió del Santiago Bernabéu, Raúl González anunció la semana pasada que se retira del fútbol. Nos deja muchos goles y un puñado de títulos, con participación decisiva en la mayoría, pero sobre todo un valor precioso en el deporte profesional: la competitividad. Para Raúl no había partidos intrascendentes, ni rivales pequeños. Ayudó al Madrid a recuperar el trono del fútbol mundial, más de 30 años después de la última Copa de Europa. No le alcanzó para adelantar el ciclo triunfal de la selección. Y, por encima de todo, representó los valores tradicionales del madridismo, los de toda la vida, no los que se inventó Florentino Pérez durante el mourinhato. Raúl fue grande en la victoria y en la derrota. Por eso, nada mejor que el mensaje de Carles Puyol, acompañado por una foto abrazados tras un clásico, como resumen de una trayectoria de leyenda: "Rivales, no enemigos".