A la vista del follón que los jugadores del Celta le montaron a Clos Gómez por una tarjeta amarilla, por cierto bien mostrada, me ha venido a la mente lo ocurrido solo unos días antes el mundial de rugby. Era un Escocia-Australia y estaba en juego una plaza en las semifinales. A falta de un minuto Escocia parecía en condiciones de salvar el orgullo europeo con una victoria por la mínima. Entonces el árbitro, el sudafricano Craig Joubert, señaló un golpe de castigo que permitió a Australia remontar el marcador in-extremis. Las imágenes demostrarron que Joubert se había equivocado y él mismo pareció no tener la conciencia muy tranquila, al marcharse coriendo a los vestuarios sin saludar a los protagonistas. Cuesta poco imaginar lo que hubiera supuesto algo así en un partido decisivo de un mundial de fútbol. Sin embargo, en el respetuoso ambiente del rugby todo se relativiza. Lo demuestran las declaraciones del capitán escocés, Greig Laidlaw, que lo despachó con una mezcla de deportividad e ironía: "Fue una mala decisión. Quise hablar con él, pero se fue muy rápido del campo".
