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Culé moyáu

Ñam

Ya sé que la naturaleza no tiene ningún propósito, significado o fin. También sé que es posible disfrutar de los libros de Aristóteles tanto como de "La guerra de las galaxias", pero eso no significa que Aristóteles tuviera razón cuando decía que las piedras caen porque buscan su lugar natural o que exista la "Fuerza" teorizada por Yoda. Así que sé perfectamente que el fútbol no tiene ningún propósito, significado o fin, de manera que el juego del Barça en el Bernabéu obedeció a las leyes de la física, y no fue un intento de alegrar el día a los culés en plan Clint Eastwood. No es que el lugar natural del Barça, como el del fuego, sea el cielo, ni que el lugar de este Madrid destruido por el toque culé sea, como el de la piedra, la tierra. Todo eso ya lo sé. Pero el pasado sábado sentí que el juego del Barça tenía un propósito, un significado y un fin.

El propósito, el significado y el fin del juego del Barça en el Bernabéu no fue sólo demostrar que Keylor Navas se equivoca cuando repite una y otra vez que Dios está con él cuando se pone los guantes de portero, ni acabar con el mito del señorío de esa afición del Bernabéu que pita a su equipo cuando las cosas no salen bien y aplaude a Isco después de su brutal y cobarde patada a Neymar, ni confirmar que si hablamos de fútbol el Madrid está tan lejos del Barça como Gandhi lo está de Jack el Destripador. El verdadero propósito, el auténtico significado, el fin real del juego del Barça en el Bernabeu soy yo, y el lugar natural del Barça es mi corazón. El Barça jugó para mí, y mi corazón no sufrió nada durante esos 90 minutos "molto longo" en el Bernabéu de los que hablaba Juanito porque el dominio del equipo de Luis Enrique fue aplastante, histórico, exacto y bellísimo. Cuando Winnie-the-Pooh se sentó bajo un árbol y oyó un zumbido pensó que una abeja lo producía, y luego pensó que la única razón para ser una abeja es hacer miel, y finalmente pensó que la única razón para que una abeja haga miel es que se la coma él. El pasado sábado yo fui como el oso Winnie-the-Pooh y el Bernabéu fue como el bosque de los Cien Acres. Ese zumbido era el juego de toque y presión del Barça, producido por unas abejas que saben a qué juegan y que produjeron un 0-4 de miel para que yo me lo comiera. Ñam.

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