Era un clamor que el partido ante el Levante era uno de los más importantes de este tramo de Liga. En el día menos indicado, en el peor día posible, al Sporting le salen goteras, pierde con claridad, siembra dudas y se mete en el lío, del que estaría lejos ahora de haber ganado. Un cero a tres es de extrema dureza, y más si es obra de un colista que hasta había tenido que relevar al entrenador, y es más duro si se tiene en cuenta que el partido estaba resuelto al descanso y que en la segunda parte sólo el relámpago del penalti, estropeado por un desacertado Jony y un torpe Carlos Castro, abrió una mínima esperanza enseguida difuminada.

El cero a tres llegó horas después de un cero a cuatro más tremendo aún. El acento gijonés no podía faltar en un Bernabéu conmocionado. Antón Meana, ilustre vocero de Gijón en la capital del Reino, puso contra las cuerdas a Marcelo en la zona mixta, como en su día puso contra las cuerdas a Mourinho, que lo encerró en una salita del estadio en un intento baldío de amedrentar al bravo periodista gijonés. Las imágenes de Meana dejando a Marcelo fuera de juego han dado la vuelta al mundo. Grande Meana, don Antón.

Al Sporting de la matinal alguien tendrá que ponerlo contra las cuerdas. Lo hará, sin duda, el gran timonel, que se desesperaba en la banda viendo lo que veía en su equipo: desorden, errores permanentes y hasta cierta desgana, como si el buen partido de Madrid iba a sobrar ante un Levante que supo desde el primer minuto lo que se jugaba y cómo jugarlo. Los valencianos tomaron pronto el mando de las operaciones porque llenaron de gente el centro del campo, donde el Sporting volvía a tener a sólo dos hombres, Mascarell y Nacho Cases. Las bandas formaban parte, como diría el clásico, del comité de no intervención.

Ya a los diez minutos estaban por delante los visitantes, tras un gol que no se vio claro si fue en propia meta o fue obra del ariete del Levante que lo celebró como si la vida le fuera en ello. Un primer gol que llegó tras paradón de Cuéllar, en lo que ahora llaman segunda jugada. Tras otro paradón, en saque de falta, de Cuéllar, llegó el segundo. Entonces ya se veía que el milagro del día del Granada no se iba a repetir. Cuando llegó el tercer gol en un saque de esquina, con falta clara a un defensor, al borde del descanso aquel milagro ya se vio cómo imposible.

Y eso a pesar de que tras el intermedio el árbitro señaló un penalti a favor de los rojiblancos por empujón de un defensa a un atacante rojiblanco. Jony tomó el balón para hacer un lanzamiento muy malo, telegrafiado a un portero rival que reaccionó bien y que repelió el balón, que llegó a un Carlos Castro que con toda la portería para él lo mandó por encima del larguero. Fueron dos ejercicios consecutivos de torpeza en una jugada que pudo devolver al Sporting a un partido que tenía perdido.

Un Sporting, damas y caballeros, señoras y señores diputados, decepcionante. Un Sporting sin chispa, que apenas remató y que nunca dio la impresión de poder con un rival que sale del Anfield del Piles con el pecho henchido. En el peor día futbolístico y climatológico al Sporting le aparecieron unas goteras que ha de tapar a la mayor brevedad posible. Con la máxima urgencia.