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"Lucho" también gana

La exhibición del Barça en el Santiago Bernabéu ha disparado el prestigio de Luis Enrique, muy condicionado por su carácter

Luis Enrique, en el partido del martes frente al Roma. PAUL HANNA / REUTERS

Como no anda por la vida haciendo amigos, a Luis Enrique solo le sostienen los resultados. Otros entrenadores tienen más margen de error por su carácter amable, las buenas relaciones con los dirigentes y los guiños a los aficionados y a los medios de comunicación. "Tiene una fuerte personalidad, es un gran profesional y siempre dice las cosas a la cara, buenas o malas. No engaña", dice de él Carles Puyol, uno de los muchos excompañeros de "Lucho" que habla maravillas de él. No es difícil encontrar testimonios parecidos de su paso por el Sporting, el Madrid o la selección española. Con Luis Enrique Martínez no hay término medio: se le adora o se le odia. Desde el sábado muchos reconocen que también tiene algo que ver en este Barça exitoso.

Ha tenido que pasar por el Bernabéu como un ciclón, ganando la partida a un prestigioso colega como Rafa Benítez, para que se valore en su justo término el trabajo de Luis Enrique. Pese a recibir en herencia un equipo deprimido, tras una temporada en blanco, el asturiano llevó al Barça a su segundo triplete de la historia, pero los focos apuntaron a los jugadores y, especialmente, al tridente Messi-Luis Suárez-Neymar, que batió todos los récords goleadores.

En cierto sentido, a Luis Enrique le ha venido bien la lesión de dos meses de Leo Messi. Desde 2008, ningún entrenador del Barça ha conseguido desmentir la "messidependencia" que sufría el equipo. Hasta que, sin la aportación del argentino en diez partidos, Luis Enrique ha conseguido armar un equipo fiable, y no solo por la voracidad goleadora de los dos acompañantes del Leo. Con más o menos brillantez, desde finales de septiembre se ha visto un Barça sólido, que defiende como bloque y con diferentes registros para dejar de ser un equipo previsible, fácil de contrarrestar por la mayoría de los rivales.

Desde aquel momento crítico por la derrota de Anoeta y el enfrentamiento con Messi, el Barcelona de Luis Enrique no ha parado de crecer. Ha sufrido algún bajón en el inicio de esta temporada, víctima entre otras cosas del espectacular éxito de la pasada. Varios jugadores importantes pasaron casi de la playa a la alta competición, por la disputa de las supercopas, y las lesiones rompieron el bloque que arrasó en los primeros seis meses del año. Por eso por y algunos desajustes defensivos, incluido el portero, el equipo azulgrana patinó frente al Athletic y en un par de partidos de Liga. Pero la reacción ha sido espectacular.

Luis Enrique no podrá igualar este año los seis títulos que logró Guardiola en 2009, pero algunos datos ya le sitúan en el altar del barcelonismo: es el entrenador con más victorias en sus primeros 50 partidos de Liga. Todo ello pese a gestionar una plantilla sometida a continuos sobresaltos de sus estrellas, especialmente por los problemas judiciales de Neymar o Messi. Y sin la posibilidad de reforzar el equipo hasta enero. Su situación es tan idílica que ya nadie hurga en su supuesta mala relación con el vestuario. Imágenes como las del Bernabéu, hora y media antes del clásico, charlando distendidamente en un corrillo con Neymar y Messi, parecían ciencia ficción en enero.

Eso sí, ahora que todo va como la seda, Luis Enrique se mira en el espejo de Carlo Ancelotti. El técnico italiano, a estas alturas de la pasada temporada, conducía al Madrid a un record mundial de triunfos consecutivos y valoraba la oferta del club para ampliar su contrato. Por eso el martes, tras la segunda goleada del Barça en tres días, Luis Enrique echaba el freno: "Queda mucho. Faltan dos tercios y esto en algún momento girará. Hay que esta preparado".

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