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El árbitro dice que no hay nada | Escritor

Que siga el juego

Desgraciadamente, en el fútbol el argumento suele ser el resultado

Que siga el juego

Escribir es anteponer la necesidad de seguir a la voluntad de avanzar. Quizá jugar también lo sea. No hay temas, hay puntos de vista; no hay argumentos, hay consecuencias. Lo sabemos. Pero uno siempre se queda quieto, mirándose los pies, frente a la casa en la que está a punto de entrar por primera vez. Desgraciadamente, en el fútbol el argumento suele ser el resultado. Centrémonos pues en el tema. Éstos son los que barajo: el brazalete de Pepe, que tanto significa, y que me conduce a su brutal agresión a Casquero y a lo que realmente me indignó en su momento y todavía hoy me continúa indignando: no la decisión por parte del centrocampista del Getafe, con empate en el marcador y jugándose su equipo la permanencia, de lanzar a lo Panenka el penalti con el que fue sancionado el derribo previo del central portugués al propio Casquero, sino la razón de su decisión; Nuno, inquietante también en su adiós, y esa aura de disonancia que lo envolvió desde su llegada; ¿Bale no le viene bien al Madrid o es el Madrid quien no le viene bien a Bale?; Aduriz, un jugador: alguien que, en silencio y a base de hechos, debe de haberse convertido para el seleccionador en un callejón sin salida: ¿una convocatoria es un reconocimiento o una inversión?; por último, el viejo debate que, si bien nunca existió, últimamente parece tener menos sentido que nunca: ¿Messi o Ronaldo? Una diferencia fundamental los separa: todas las virtudes de Ronaldo, que son muchas, están relacionadas con el balón; mientras que las de Messi, que no sólo son muchas sino que además son otras, lo están con el juego. No es casual que, acumulados ya los años, cuando el talento es lo que queda y, por tanto, sostiene, suple, e, incluso, frente al límite, renueva, Ronaldo merodee cada vez más cerca de la portería, en la zona de finalización, donde apenas se interviene, mientras Messi se mueve, con una soltura rayana en una infantil y radiante despreocupación, por el centro del campo, donde quien tiene el balón convoca, une: un hueco es una llamada que sólo atiende aquel que necesita llamar. Ser es seguir. Y únicamente el talento permite a quien lo posee saltar de forma espontánea el muro que aparece de pronto en su camino o que, tal vez, no como reto sino como anhelo de plenitud, el propio jugador haya colocado ante él. Cuando a Mourinho, que entrenaba entonces al Inter, le preguntaron por el mejor jugador de la temporada, dijo: "El más determinante seguramente haya sido Amauri, pero Ibra es otra cosa". Así nos referimos al dueño del talento, ese nombre le damos: otra cosa, es decir, no le define lo que es, sino lo que todos los demás no son. Volviendo al principio, veo que, pese a mi inicial pretensión de elegir entre varios temas posibles, finalmente han ido hilvanándose recuerdos muy alejados en el tiempo. Y esto, en cierto modo, me reconforta: haber optado, sin darme cuenta, por aquello que fue llegando porque ya estaba en mí. A lo mejor un tema no es más que eso: un recuerdo que se va asociando con otros para que puedan extenderse, inseparables, las impresiones más profundas. Algo relacionado con lo que permanece en el interior de uno y no con lo que sucede a su alrededor. Igual que el escritor de ficción aspira a hablar de sí mismo a través de los otros, me sirvo yo de esta primera entrega (como siempre hice, pues todo lo escrito es entrega) para hablar de los otros a partir de mí mismo, porque quién sabe si la necesidad constante de seguir no entrañará en realidad el deseo continuo de volver. Como dice Ed, el personaje de "Doctor en Alaska", el día que sustituye a Chris al frente de su programa de radio: "Hay algo que me ronda la cabeza, ¿sabéis? Los espejos, si ponéis uno delante de otro, ¿qué reflejan? No lo sé, si se os ocurre algo, llamadme cuando queráis. Ahora pondré una canción".

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