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Un marcaje de 10

El duelo Espinosa-Maradona fue un punto de inflexión para el defensa, que se ganó el reconocimiento del sportinguismo

El Barça jugó en El Molinón con Urruti, Sánchez, Schuster, Alexanko, Julio Alberto, Migueli, Carrasco, Víctor, Perico Alonso, Marcos y Maradona.

Si la obra de arte de Maradona contra Inglaterra en el Mundial de México pasó a la historia como "El gol", sin más, la afición del Sporting podría simplificar con otras dos palabras, "El marcaje", lo que sucedió en El Molinón el 12 de febrero de 1984. Aquella tarde, el entrenador del Sporting, Vujadin Boskov, encomendó a José Manuel Espinosa (San Bartolomé, Toledo, 28-7-59) la misión de anular al que ya apuntaba como el mejor jugador del mundo. Lo consiguió, hasta el punto de que cambió la impresión que la afición sportinguista tenía sobre el defensa llegado del Castilla. Del escarnio, con rumores sobre el favoritismo de Boskov hacia él, se pasó al reconocimiento y la admiración.

Para entender aquel duelo gijonés de febrero de 1984 hay que referirse a un fútbol distinto, en el que los duelos individuales estaban a la orden del día: "Los marcajes al hombre eran de lo más normal, sobre todo para los que jugábamos de centrales. El problema era que la gente no lo apreciaba si no te medías a una estrella. En el Castilla ya había tenido que marcar a Quini y conseguí que no hiciese ningún gol en los dos partidos de aquella semifinal de Copa". Su buen rendimiento en el filial madridista no pasó desapercibido para el entrenador del primer equipo, Vujadin Boskov, que se acordó de él tras fichar por el Sporting, en 1982.

"Me conocía perfectamente", destaca Espinosa, convencido de que si Boskov hubiese seguido en el banquillo del Madrid habría confiado en él. "Me llamó al final de la pretemporada y al día siguiente de firmar jugué el partido del Costa Verde contra el Estrella Roja", describe el toledano sobre sus inicios en Gijón. "No tuve dudas porque jugar en el Sporting en aquella época era como puede ser ahora el Atlético de Madrid, muy cerca de los dos grandes. En los años anteriores, el Sporting había estado a punto de ganar la Liga y la Copa por dos veces, y tenía unos cuantos internacionales".

Y buenos defensas centrales: "No era fácil jugar porque estaban Jiménez, Maceda y Doria". Aún así, Espinosa participó en 26 partidos y se ganó la confianza de la directiva sportinguista: "Después de jugar cedido la primera temporada, Vega-Arango me firmó un contrato de tres años". El apoyo del técnico dio lugar a rumores que persiguieron a Espinosa durante un tiempo: "Decían que Boskov me tenía enchufado porque salía con una hija suya a la que ni siquiera conocía. Por suerte, después del marcaje a Maradona cambió todo".

El emparejamiento dio mucho que hablar durante toda la semana anterior: "Había debate sobre si debía ser Jiménez o yo, pero Boskov siempre lo tuvo claro". Reconoce que en la noche previa al partido le dio muchas vueltas al marcaje: "Maradona era un jugador impresionante. Como ahora Messi ahora, aunque sin jugadores tan determinantes al lado". A diferencia de otros rivales de la época, como Hugo Sánchez, Maradona tenía la dificultad añadida de su posición: "No era delantero centro estático, bajaba mucho a recibir. Cumplí lo que me pidió Boskov, que no le dejara nunca. No fui al vestuario tras él de milagro". Espinosa destaca que fue un seguimiento tan estrecho como limpio: "Al empezar le dije que estuviera tranquilo, que iba a ir siempre al balón".

Tres décadas después, Espinosa expone la clave del éxito: "Sabía que no podía dejarle controlar el balón. Él, en cuanto la cogía Schuster o un centrocampista se me ponía delante y me sujetaba por el pantalón o la camiseta para que no pudiera anticiparme. Como intentaba soltarme, muchas veces daba la impresión de que era yo el que agarraba". Pero, aún así, Maradona pasó sin pena ni gloria por El Molinón por culpa de Espinosa: "Cada vez que ganaba una disputa, el público lo celebraba como una victoria".

Espinosa contribuyó a lo que él mismo definió como "un partido superdiscreto y aburrido", pero inolvidable en lo personal, entre otras cosas porque muchos todavía se lo recuerdan hoy en día. Se queda con el orgullo de haber anulado al mejor futbolista al que se enfrentó en su carrera y con la espina clavada de no quedarse con algún trofeo de guerra: "De aquella no podíamos cambiarnos las camisetas".

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